Es hora de avanzar unidos por México

Es hora de avanzar unidos por México

 

  • En la conmemoración por el CCX Aniversario del Natalicio de Benito Juárez García, el secretario de Salud invitó a reconocer los problemas pero también los  logros
  • Es improductiva y peligrosa la estrategia de que “todo está mal y luchamos contra ello, por eso nos oponemos a lo que sea”,  señaló  el doctor José Narro Robles
  • Pidió buscar respuestas ante “un mundo rebosante de pragmatismo y al mismo tiempo necesitado urgentemente de valores, de humanismo y de utopías”

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Texto completo del discurso del doctor José Narro Robles en el  CCX Natalicio del Lic. Benito Juárez García, Palacio Nacional, 21 de marzo de 2016

Señor Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, licenciado Enrique Peña Nieto;

Señor Diputado Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, licenciado Jesús Zambrano;

Apreciada doña Rosa Elena Sánchez Juárez de Gamio;

Señoras y señores integrantes del Gabinete legal, staff y ampliado del Gobierno de la República;

Distinguidos invitados especiales;

Estimados representantes de los medios de comunicación;

Señoras y señores:

Inicio esta presentación con unas palabras de agradecimiento por la distinción que significa hablar frente a ustedes, además de hacerlo en una de nuestras grandes fiestas republicanas. Esta es, sin duda, una de las celebraciones mayores en nuestro calendario. Hoy recordamos el nacimiento de un personaje extraordinario, de Benito Juárez García, de uno de los defensores de la patria, de uno de los constructores de nuestra soberanía.

 

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Este acto permite reafirmar principios y valores, pero también hacerlo con el análisis de la hoja de ruta que guía la marcha de la nación. Se trata de un espacio apropiado para revisar el pensamiento y la acción de uno de los más grandes personajes de nuestra historia. Se trata, también, de un momento propicio para analizar lo que pasa en el mundo que habitamos.

Un mundo fascinante lleno de realizaciones y de posibilidades, en el que los avances científicos y tecnológicos no dejan de impresionarnos. Lo que hace apenas unas cuantas décadas formaba parte de la ficción, ahora acompaña los juegos infantiles de nuestros hijos y nietos.

Pero también este mundo vive días de incertidumbre, de contradicciones y de inseguridades. ¿Será posible que alguien no escuche los tambores que convocan a la batalla? ¿Habrá quien no vea las amenazas sobre la vida en el planeta, o quien no intuya la gravedad de muchos de los acontecimientos que nos afectan?

Se trata de un mundo lleno de discursos de paz, que contrasta con las numerosas acciones de combate que se registran en varios continentes. Un mundo lleno de frases de defensa de los derechos humanos, que no empata con la realidad que nos muestra violaciones persistentes a derechos fundamentales. Un mundo pleno de retórica en favor de los que carecen de lo esencial, pero que rechaza a los migrantes que salen de sus países en busca de oportunidades o para escapar del horror de la guerra y la persecución.

Un mundo que avanza en medio de la destrucción de la cadena de la vida por la avaricia de unos y la estulticia de otros. Uno que destaca por las paradojas que lo pintan de cuerpo entero: el desperdicio de alimentos y la muerte por desnutrición; la disponibilidad de formas de prevenir la enfermedad y la muerte de cientos de miles por no poder utilizarlas; las enormes posibilidades de recibir educación y la existencia de más de 700 millones de personas que no saben leer ni escribir. Un mundo rebosante de pragmatismo y al mismo tiempo necesitado urgentemente de valores, de humanismo y de utopías.

Soy de los que piensan que, por fortuna, en el ser humano vive la esperanza, ese instinto que Octavio Paz describió en 1945 al hacer sus crónicas de la Conferencia de San Francisco, como un principio  indestructible y de salvación del ser humano. A todas luces resulta conveniente que se mantenga esa condición ya que como sostuvo en aquel momento el gran intelectual cuando apenas tenía treinta años, “no es posible agotar la esperanza de los hombres, pero… es fácil agotar su paciencia”.

El poder político se construye en la confianza y la solidaridad, en el optimismo y la esperanza, en la búsqueda de la unidad y la inclusión; nunca en la rivalidad y la ambición, en la amargura o el resentimiento y menos en el odio y el enfrentamiento.

Por eso sorprenden los que niegan los avances o aquellos que piensan que la solución del mundo es la construcción de muros y barreras. No debemos olvidar que como sostuvo Jorge Luis Borges, “Quien erige bardas y murallas, puede fácilmente arrojar los libros a las llamas de una hoguera…. en ambos casos se termina por quemar el pasado”.

Juárez formó parte de un grupo extraordinario, de una generación realmente ejemplar. Él fue el líder político e intelectual de aquel grupo configurado entre otros por Ocampo, Lerdo, Prieto, Ramírez, Arriaga y Mata. Con algunos de ellos compartió el exilio en Nueva Orleans, desde donde planearon la reforma del país. Ahí se gestó la separación del Estado y la Iglesia, la organización del Registro Civil y la supresión de los fueros. Ahí se consolidó la filosofía que poco tiempo después inspiraría el establecimiento del Estado laico y el contenido de la propia Constitución de 1857.

Juárez conoció el país por las acechanzas a las que fue sometido, por las batallas que presenció y por las prisiones en las que sus adversarios lo sometieron para tratar de debilitar su moral. Pero también supo de la realidad nacional en la impartición de la justicia y en la gestión gubernamental, en la de Oaxaca y en la federal. Él amó a nuestro país por haber vivido la realidad de la pobreza, de la rural y de la urbana. Él representa en México origen y destino. Siempre confió en la educación que consiguió la transformación de su persona.

Juárez siempre supo que la ley y los valores son las armas de los gobernantes. Él entendió que “la búsqueda de la felicidad de todos debe ser el norte de un gobernante y que este solo debe distinguir al mérito y a la virtud para recompensarlos y al vicio y al crimen para castigarlos”.

En julio de 1867, después de cuatro años de peregrinación cívica, Juárez, al regresar el gobierno a la capital de la nación, se dirigió a los mexicanos para hacer una valoración de lo sucedido, para exhortar al pueblo a recorrer la nueva etapa de la lucha: trabajar para alcanzar los beneficios de la paz. En su proclama a la nación sostuvo la necesidad de que “el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos (ya que) entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

En el manifiesto a México sostuvo: “hemos alcanzado el mayor bien que podríamos desear, viendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra patria. Cooperemos todos para poder legarla a nuestros hijos en camino de prosperidad, amando y sosteniendo siempre nuestra independencia y nuestra libertad”.

Juárez fue un hombre de convicciones que resultaban de la razón, y al mismo tiempo un ser lleno de ideales, de frutos del sentimiento y de la fe en lo humano. El Patricio mexicano fue un hombre de talla universal, de pensamiento y compromiso nacional, de enorme capacidad de liderazgo. Fue consistente y congruente, tenaz y arrojado. Nunca puso sus intereses por delante de los de la patria. Fue un estadista con numerosos  destellos de excepcionalidad y con múltiples periodos de grandeza.

Permítanme tomar prestada la claridad de algunos de los muchos pensadores que establecieron su visión frente a la figura de nuestro homenajeado. Ernesto de la Torre escribió: “A Benito Juárez (correspondió) salvar a México, rescatar con su esfuerzo, austeridad y sacrificio, a la patria en peligro, defender a la nación de su desaparición…. devolverle la fe en sus ideales y la confianza en sus propios y auténticos valores”.

Víctor Hugo, en su bien conocida misiva al héroe nacional, le señaló: “México se salvó gracias a un principio y a un hombre. El principio es la República; el hombre es usted”. Además recordó que “Europa se abalanzó sobre América en 1863. Dos monarquías atacaron su democracia: una con un príncipe, la otra con un ejército…. del otro lado Juárez”.

No es extraño tampoco que José Martí, uno de los grandes de nuestra región, lo haya descrito en 1884, a los pocos años de su muerte, con las frases siguientes: “Juárez, ese nombre resplandece como si fuera de acero bruñido; y así fue en verdad, porque el gran indio que lo llevó era de acero…. Otros hombres famosos, todos  palabra y hoja, se evaporaron. Quedan los hombres de acto; y sobre todo, los de acto de amor. El acto es la dignidad de la grandeza. Juárez rompió con el pecho las olas pujantes que echaba encima de la América todo un continente; y se rompieron las olas y no se movió Juárez”.

Todos tenemos que aprender de la gesta de Juárez. De lo que pasó hace más de un siglo y medio. De los errores que cometimos como colectividad. Del daño que puede generar la ambición desmedida por el poder. La historia nacional del siglo XIX está llena de claves y de mensajes que hoy resultan aplicables. Escojo dos. La primera: pocas cosas tan graves para  el país, como la división entre los mexicanos. La segunda: frente a las dificultades no hay forma de extraviar el rumbo si se siguen los valores y principios republicanos.

A México, una nación con historia y cultura, con recursos y potencialidades, le urge dejar de titubear cuando se trata de su futuro. No serán la inmovilidad ni la mirada vuelta atrás, las fórmulas que nos llevarán a un mejor sitio en el porvenir. Es cierto y resulta absurdo tratar de ocultarlo, tenemos problemas, pero también lo es, que es mucho lo avanzado.  Ahí está la salud como uno de los ejemplos de esta situación.

Fallan los que no quieren reconocer nuestros rezagos, pero igual lo hacen quienes sostienen que no se ha progresado. Hoy tenemos un conjunto de reformas impulsadas por el Ejecutivo y acordadas por las principales fuerzas políticas del país. Tenemos el compromiso histórico de aprovecharlas para curar los males de siempre: la pobreza, la enfermedad, la ignorancia, la desigualdad que tanto duele y la injusticia. Esos son los verdaderos enemigos y no aquellos que piensan de forma distinta a la nuestra.

A México le conviene ensayar la fórmula de Ocampo y trabajar para integrar a la sociedad en una familia; para transformar nuestras disensiones en una convicción compartida; para conjuntar nuestras leyes en una auténtica moral republicana; para convertir la desarticulación en unidad; para dejar de participar en una estrategia que pareciera señalar: todo está mal y luchamos contra ello, por eso nos oponemos a lo que sea. Es hora de sumarnos todos al trabajo en favor de México.

El gobierno del presidente Enrique Peña Nieto preserva el legado de Juárez. Lo hace, como debe hacerse, más allá de las evocaciones, en el trabajo cotidiano, con políticas públicas que buscan responder a las necesidades de la población en salud, educación, alimentación, vivienda y empleo, entre muchas otras. También lo hace, en coordinación con los otros Poderes y niveles de gobierno, preservando nuestra soberanía, el régimen de libertades y la vida democrática.

La de Juárez fue, en muchos sentidos, una vida apresurada y de lucha permanente; una vida de entrega a los demás, de desapego por lo propio; una vida llena de presiones y tensiones, pero también de logros y realizaciones; una vida con muchos desencantos y numerosas intrigas y celadas de dentro y fuera del país, pero igualmente una vida llena de ejemplos luminosos, de lealtades, compromisos y reconocimiento nacional e internacional.

Tan es así, que fue designado Benemérito de las Américas y que a más de dos siglos de su natalicio, aquí estamos rindiéndole el homenaje que merece. Tan eso es cierto, que afuera de este recinto majestuoso hay millones de hombres y mujeres que se suman a la dedicación. Tan es así, que de manera permanente la Patria le pasa lista de presente.

 

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Señor Presidente:

Juárez tuvo una existencia guiada por la utopía, por los valores, por el interés de consolidar la identidad y la soberanía nacionales. Él luchó permanentemente por la justicia y por la igualdad, por la libertad y por la paz, por los hombres y mujeres de su tiempo y también por las generaciones que les sucedieron. Por ello ocupa un lugar muy especial en nuestra historia. Por ello es uno de nuestros héroes nacionales.

A casi un siglo y medio de su muerte, nos quedan muchos de los ejemplos y lecciones del licenciado Benito Juárez García. Su legado apuntala nuestra perseverancia y nuestra lucha. La justa en la que debemos embarcarnos es por la libertad y la dignidad, es por todos, es por resolver los problemas de siempre y por anticipar los del futuro. Por ello es que les pido a ustedes que dediquemos a nuestro héroe nacional un ¡viva! comprometido:

¡¡¡VIVA JUÁREZ!!!

¡¡¡VIVA EL BENEMÉRITO DE LAS AMÉRICAS!!!

 

 

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