El largo e interminable adiós a García Bustos

El  largo e interminable adiós a García Bustos

Era el último de los muralistas de la corriente de Rivera, Orozco y Siqueiros. “No me llores, porque si tu lloras, yo muero”. Las banderas de México y la de la Hoz y el Martillo, sobre su féretro.

Foto: T E

José Luis Camacho López.-No lo dejaban ir, largo e interminable adiós a Arturo García Bustos,  al último de los muralistas mexicanos de la corriente de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueros.

Su ataúd tenía dos banderas, una de México, por su entrañable pasión, y la otra, la de la Hoz y el Martillo, la de sus militancias, desde su juventud,  en el Partido Comunista Mexicano. Además de comunista, Bustos, como le día Rina Lazo, su amada esposa, era de un acendrado juarismo.

En  Benito Juárez se nutría al hacer sus trazos en el grabado, en los murales, en sus dibujos. Si México era su insondable inspiración, Oaxaca era todo su corazón de artista.

Margarita Chacón no dejó de cantarle versos: “No me llores, porque si tu lloras, yo muero”, mientras  su sobrino Víctor González García le tocó con su violín, al final, con una melancólica composición suya cuando ya el ataúd con el cuerpo del muralista estaba dentro de la fosa.  Ave Reverum Corpus, el Ave María de Mozart, el  Aire de Bach, el segundo movimiento del Invierno de Vivaldi, fueron sus notas,  con ese violín entristecido, con sus cuerdas abrumadas de dolor,  frente a su féretro a la media noche cuando fenecía el viernes 7 de abril.

Arturo jamás ocultó sus militancias, fue junto con su esposa Rina, ambos comunistas. La secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda, a la hora de montar una guardia en una capilla donde fueron velados los restos de Arturo, observó con curiosidad ese par de banderas. La secretaria de Cultura ofreció a Rina editar un libro con los grabados de Arturo García Bustos que había quedado pendiente.

En el sepelio de Frida Kahlo en 1954, Arturo, con la venia de Diego Rivera, colocó la bandera del partido de la hoz y el martillo sobre el ataúd de Frida. A los anticomunistas mexicanos se les revolvieron los intestinos, incluyendo al presidente Adolfo Ruiz Cortines,  y cayó el director de entonces del Instituto Nacional de Bellas Artes, el tabasqueño Andrés Iduarte.

En  la víspera del Domingo de Ramos, el cuerpo de Arturo García Bustos, a sus 90 años, encontró reposo la tarde del sábado 9 de abril en el sobrepoblado Panteón Civil de Dolores, al poniente del Bosque de Chapultepec, en uno de  sus  700 mil  lotes; entre tumbas abandonadas, flores resecas. El de Dolores,  es uno de los panteones más populares de la ciudad de México. Desde hace dos años Arturo  y Rina Lazo, decidieron comprar un lote.

En el sepelio de Bustos, afloró ese ruin sistema  que lucra con los afligidos  deudos,  el de los mercaderes y traficantes de los funerales, de los que  ven en ese dolor, ganancias rápidas sea con la reventa de ataúdes o con los altos costos de los trámites y servicios.

Foto: T E

Para completar los trámites de su sepultura, en la agencia funeraria les pidieron a los familiares y amigos de Bustos, 30 mil pesos por hacer la gestión de cinco de sus actas de nacimiento en el registro civil. El libre mercado que domina en las funerarias, de ese capitalismo salvaje que combatió el  muralista. Otros ocho  mil 500 pesos  en el cementerio por bajar el féretro al lote y tapizarlo con ladrillos y cemento.

A la hora de sepultar el cuerpo de Arturo, el sol se mostró clemente, el cielo se nubló. Los deudos de Bustos, familiares, amigos, admiradores, vecinos de Coyoacán, lo honraron; gente que desde Oaxaca y hasta de Guatemala, hicieron  la travesía para llegar a tiempo y decirle adiós al muralista, cuya pasión fue siempre el pueblo de México, y también formar con sus automóviles,  una larga fila tras la carroza con los restos del muralista que nació el 8 de agosto de 1926, a unas cuadras del Zócalo de la Ciudad de México, en las calles de Venustiano Carranza.

Su biógrafo, Abel Santiago, llegó a la media noche a la funeraria. “En Tinta Negra y Tinta Roya, Arturo García Bustos”, está la vida y obra del muralista, de quien en otra obra editorial “Arturo García Bustos, en el Espacio Mágico del Muralismo Mexicano”, el extinto Rafael Tovar y de Teresa escribió “No será arriesgado decir que con este libro presentamos al último de nuestros grandes muralistas”.

Bustos, como le decía Rina Lazo, fue el último exponente de esa gran corriente de la plástica mexicana que ilustró edificios públicos, con la memoria fresca de la historia de México. Desde su edad escolar temprana, en su recorrido por las calles para asistir a una  escuela primaria “República del Ecuador”,  se detenía en la Secretaría de Educación Pública, a observar las soberbias obras de Diego Rivera, de José Clemente Orozco en San Ildelfonso.

Desde muy joven, con los “Fridos”, todos alumnos de Frida Kahlo, Arturo Estrada, Fany Rabell y Guillermo Monroy,  formó parte de una brigada de artistas jóvenes que tenían en el pueblo de México, su inspiración y amor por el país.

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Con otros jóvenes perteneció al Taller de Gráfica Popular (TGP),  donde ya brillaba la figura de Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins, Alfredo Zalce, Ignacio Aguirre, Mariana Yampolsky,  como escribió su biógrafo Abel Santiago.

Arturo Estrada, es el único sobreviviente de ese grupo. Con 92 años, fue uno de los numerosos deudos de Arturo en una capilla de la funeraria de Félix Cuevas.

En el curso del tributo, una misa, pocos de los asistentes siguieron su sorpresivo rito, el respeto fue absoluto. Arturo no era creyente, era ateo, pero en ese episodio del culto católico, Luis Rius, el director de los Museos dedicados a Rivera,  habló de la personalidad del pintor, grabador y muralista. Rius reconoció la grandeza de Bustos, de su espléndida obra, de su extraordinaria capacidad de reunir con sus manos el fresco, el grabado, el dibujo, la pintura de caballete.

El Estado mexicano quedó en deuda con Bustos al negarle el Premio Nacional de las Artes, un reconocimiento que merecía por representar una corriente del arte social comprometido, no solo de palabra, sino de obra con el pueblo mexicano.

Los dictaminadores de ese Premio, de los últimos años,  optaron por premiar el arte abstracto, intentar archivar el arte social que representaba Bustos y la corriente del muralismo mexicano que fue combatida por quienes alinearon la pintura mexicana, con la otra corriente la de una “ruptura” cultivada en el contexto de las pugnas políticas por liquidar la obra que como la de Bustos, mantenía  abierta la lucha social, las llagas del pueblo mexicano.

Los restos de Arturo quedaron cerca de la llamada Rotonda ahora llamada de las Personas Ilustres, y muy próximos de los de su madre Ángela Bustos, quien  por una enfermedad  lo dejó huérfano desde los dos años, en muy temprana edad. El reciente huésped del Panteón  de Dolores compartirá la vecindad de otro lote vecino, donde yacen los restos, probablemente ya extinguidos, de Petra Escalante, 1864-1902, de Soledad Aranda 1909-1949 y de Concepción Gómez, 1899-1981.

El cementerio fundado el 13 de diciembre de 1875 surgió como un modelo de planeación,  con sus calles y avenidas internas trianguladas, cuerpos de agua y fuentes y cascadas. El presidente Sebastián Lerdo de Tejada dispuso crear en 1876 la Rotonda de los Hombres Ilustres que hace pocos años cambio al de Personas Ilustres. Este panteón civil  es obra de la familia Gayosso que regentea una de las  agencias funerarias más antiguas, lujosas y caras de la ciudad de México.

Apenas en agosto pasado Bustos cumplió 90 años. Hace  unos días, antes de una operación de un coágulo que se alojaba en una de sus piernas y no le permitía a su cuerpo la circulación de la sangre,  lo encontré leyendo poemas de Rubén Darío, la poesía era otra de sus pasiones. Me leyó uno que reafirmaba su lealtad y firmeza de pensamiento, un poema poco común de Darío que era un clamor contra el imperialismo norteamericano en la segunda década del siglo pasado.

Foto: T E

Antes de su fallecimiento, Bustos tenía la idea de hacer un mural sobre los poetas latinoamericanos, por los poemas que le leyó su leal Valentina,  como los de José Martí, de Andrés Henestrosa,  que se habían musicalizado.

En un ensayo, donde llamaba a los jóvenes a renacer la pintura mural y censuraba el “capitalismo brutal con su inmenso poder”, Bustos citó una letanía de Darío:

Pues ya estamos casi sin alma y sin brote

sin luz, sin Quijote,

sin Sancho y sin Dios.

Sobre su tumba en el Panteón Dolores una multitud de flores la cubrieron, y entre figuraban  las de sus entrañables amigos y vecinos de Coyoacán,  Holda y Toño Purón.

En su sepelio, convertido en un espontáneo culto y tributo a Bustos, las hermanas Margarita y Deifilia, hijas del poeta Nazario Chacón Pinada,  le cantaban el himno de Andrés Henestrosa, La Martiniana:  “No me llores, no, no me llores, no, porque si lloras yo peno, en cambio si tú me cantas yo siempre vivo, yo nunca muero”…

Y un sublime canto en zapoteco: Guendanabami shianga sicaru / me gasticaru niuganda laa/Diushi bisendala nguixilayu, nela cuidxi laanu ranuu…

Cuando ya sentía morir, Bustos le decía a su amada Rina, que su corazón lo sentía en todo su pecho,  sentía que le había crecido.

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