La banalidad del mal en el Paso Express de Cuernavaca
La banalidad del mal en el Paso Express de Cuernavaca
- El accidente que nunca debió ocurrir. Las víctimas, Juan Mena López, de 65 años, y su hijo Juan Mena Romero. Sufrieron una muerte lenta por asfixia.
- Negligencia y corrupción, asoman en esa tragedia que enlutó a una modesta familia mexicana.
Editorial de TE.- Pocas veces nuestro medio realiza editoriales. En este caso nos parece necesario que demos nuestro punto de vista sobre la tragedia del tramo de la carretera del Paso Express de Cuernavaca, al abrirse un socavón, donde falleció una persona mayor, Juan Mena López, de 65 años, y su hijo Juan Mena Romero.
Mena López no era de los mexicanos a los que su edad no le pesaba. Continuaba con su trabajo y sostén de su familia. Muchas personas adultas mayores realizan en nuestro país diversos trabajos para obtener un ingreso que mitigue sus necesidades. No pueden dejar de trabajar. Otros simplemente tienen que pedir dádivas en la vía pública.
Juan y su hijo fallecieron víctimas de la una negligencia que también ineludiblemente forma parte del interminable catálogo de la corrupción, un mal endémico que corroe la administración pública mexicana, donde no hay responsables. Y si los hay son chivos expiatorios, funcionarios menores como los que han caído en este amargoso suceso que ha trastornado la opinión pública del país. Son funcionarios de menor rango que simplemente se les pidió irse a su casa, hasta ahora libres de responsabilidades que eventualmente se les impute en algún tribunal.
No es nuevo que en México la autoridad intente tapar el hoyo de sus negligencias que llegan a tener visos criminales, delitos que pueden ser calificados más allá de lo culposo. Pueden ser dolosos cuando se inauguran obras públicas que dejan altos riesgos, como lo fue lo que provocó la tragedia del Paso Express de Cuernavaca.
La transición democrática que ha vivido el país desde el año 2000 de la alternancia en el poder, no ha resuelto los problemas esenciales de una administración pública que en sus tres niveles de gobierno, independiente del partido, sea de izquierda, derecha o de centro o en manos de satélites partidistas, improvisan administradores públicos completamente ignorantes de la esencia del servicio público, de la filosofía juarista que abogaba por una función pública apegada a conductas éticas, honorables y honestas.
Lamentablemente los puestos públicos en México se convierten en sitios apetitosos para hacer dinero a costa del erario, con licitaciones que permanecen en el más absoluto misterio y secrecía para cualquier ciudadano de la República.
Juan tuvo una muerte lenta, de dos horas junto con su hijo Juan. Murieron sin auxilio entre piedras y el lodo por el hundimiento de un tramo de una carretera que era uno de los orgullos de las comunicaciones del presidente Enrique Peña Nieto, un mandatario que durante su gobierno en el Estado de México, se caracterizaba por afrontar en persona, junto con vecinos afectados, las adversidades climáticas en municipios vecinos a la Ciudad de México.
Juan murió en el más absoluto desamparo junto con su hijo. Esas muertes causaron horror y desaliento, por causas que el secretario de Comunicaciones y Transporte, Gerardo Ruiz Esparza, atribuyó inicialmente a vecinos que tiraron basura en un río convertido en drenaje y ha dicho que este desastre solamente le representa un “hoyo negro” y “gajes del oficio” para su larga trayectoria de servidor público.
El señor Ruiz Esparza también es un adulto mayor, pero en condiciones de privilegio financiero respecto al resto de las personas mayores en México. Pertenece a una minoría selecta de las élites del poder en México. Y es un funcionario público que hace gala de lo que la filósofa alemana Hanna Arendt ha descrito como la banalidad del mal, la mentalidad omnipotente que dirige la conciencia de aquel burócrata que simplemente se atiene a lo que las órdenes superiores le dictan y las cumple, sin conocer, advertir o prevenir de las consecuencias que sus decisiones tendrán, como en este perturbador caso del Paso Express de Cuernavaca, que ha causado un dolor insondable e irreparable a una modesta familia mexicana.