Terremotos de 1957, 1985 y 2017

Terremotos de 1957, 1985 y 2017

Terror en la Ciudad de México

Humberto Guzmán.-La cercanía de la muerte da miedo. Por más que se diga lo contrario. Se puede uno resignar, aceptarla e incluso buscarla, pero no verla sin pavor. Esto es parte del instinto de conservación. El miedo nos hace buscar protección o defendernos dado el caso. En 1957, una noche desperté por unos gritos y un fuerte vaivén. Cuando acabé de abrir los ojos vi, claramente, que la pared y el techo se desgajaban a pedazos de ladrillo y mezcla. Fue una visión instantánea creada por los ruidos y las voces del medio ambiente. En la confusión, no encontraron las llaves de la puerta. Eran las tres de la mañana. Nos llegaba un vocerío de los otros departamentos. Yo tenía unos ocho años, fui hasta la puerta cerrada y me hinqué para rezar, no recuerdo cual oración. Cuando por fin pudimos abrir la puerta, salí a la calle de José M. Roa Bárcenas, en medio de una oscuridad completa, y vi que grandes resplandores estallaban en el horizonte. Las ambulancias y sus escandalosas sirenas iban y venían. Las banquetas se habían levantado en algunas de sus partes. No estaba solo, muchos vecinos se encontraban en la calle, en grupos. Imperaba un aire de emergencia y preocupación. Luego se difundiría que nuestro ángel de la Independencia había caído y se había decapitado, dando un pésimo augurio a la ciudad. Fue de una intensidad de 7.7 grados Richter –o 7.9 en un registro de Estados Unidos-. La Torre Latinoamericana, terminada de construir un año antes, resistió perfectamente, lo que llamó la atención en el mundo.

Muchos años (y temblores menores) después, en 1985, pensé que había sufrido el peor terremoto de la historia de este país: 8.1 grados de la escala Richter. Mis dos hijos eran pequeños y al mayor se le ocurrió que se sentaran al centro de la sala para columpiarse, dijo. Eran las 7:19 horas de una mañana soleada. En la calle de Donatello, donde vivía en el tercer piso, no se vino abajo ninguna construcción. Pero en el curso del día me enteraría de la magnitud destructora de este terrible sismo. En el extranjero pensaban, por las fotografías que circularon, que la ciudad de México había desaparecido del mapa. El Hospital General de México, el Juárez, el moderno Centro Médico Nacional del IMSS, los hoteles Régis y del Prado, edificios completos del Tlatelolco se desplomaron, muy dañados el de la Secretaría de Comercio y Administración, el de Comunicaciones y Transportes (SCOP), las costureras de San Antonio Abad quedaron sepultadas, Televisa-Chapultepec, cuando se daba el programa noticioso “Hoy mismo” de Guillermo Ochoa, las calles se afectaron, incontables edificios de departamentos, como el multifamiliar Juárez de la Col. Roma, se vinieron abajo, entre otros, cientos de millones de pesos en daños, miles de personas sin casa, fuentes no oficiales dijeron que los muertos iban de 10 000 a 20 000. Y el presidente de México se dirigió a la nación 36 horas después, rechazó la ayuda que venía de la comunidad internacional, y dio una imagen negativa.

Pero el cataclismo ocurrido el pasado 19 de septiembre, mismo día y mes del de 1985, fue el que he sentido más intensamente. El peor de los terremotos sufridos en esta gran ciudad de México. Lo extraño es que fue tan solo de 7.1 grados Richter. Tal vez la cercanía de su origen lo hizo más fuerte.

Recordemos que el miércoles 6 del mismo mes, sonó la alarma antisísmica, pero no se dio ningún movimiento telúrico. Solo fue una advertencia; como un aviso sobrenatural. Lo malo vino al otro día, el jueves 7, poco antes de las 12 de la noche. Un terremoto de 8.2 grados con centro en Oaxaca o Chiapas. No hubo daños en la ciudad de México; los hubo en aquellas entidades. Pensé que habíamos corrido con suerte y que la habíamos librado. Pero, dos semanas después, el martes 19, a las 13:14 horas, se desató el terremoto de verdad. Yo lo percibí de 8.5 o 9 grados; otro dijo que 10.

Me encontraba en una junta de trabajo en la SOGEM, en la colonia San José Insurgentes. El edificio, que no es muy grande, empezó a brincar y decidimos salir. Hay que subir una escalera y luego bajar las otras, son estrechas. Iba yo en medio de dos colegas, recuerdo que los cogí del brazo. Las paredes se movían de un  lado al otro. Nos estrellábamos contra ellas. El sismo se alargaba y la calle todavía quedaba lejos. Además, nos han dicho que las escaleras se vencen antes. Pero correr ese riesgo era preferible a quedarse quieto en el cuarto piso. Era como haber caído en una trampa. Entonces pensé que ése sería el final: mi final. Me dio miedo, pero con una extraña resignación. Por fin, llegamos a la calle, se encontraba llena de gente. Algunos de nuestros amigos nos miraron como si fuéramos supervivientes emergiendo de las ruinas, ya que fuimos los últimos. El terremoto había cesado, pero yo continuaba sintiendo que se movía el piso.

En camino a mi departamento, la ciudad estaba más caótica que otras veces. Los semáforos apagados. Gruesas filas de gente caminaba por Insurgentes, Patriotismo, o calzada de Tlalpan, el Centro Histórico, etcétera. Los automovilistas mostraban nerviosismo. Había una atmósfera de zozobra. Como en una zona de guerra. Suena la alarma y hay que protegerse de las bombas. Los derrumbes habían hecho su fatal aparición en las colonias del Valle, Narvarte, Coapa, Juárez, Roma, Zona Rosa, Doctores, Obrera, Lindavista,  Ciudad Jardín, San Antonio y otros lugares de Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco e Iztapalapa.

Volví a vivir el terror en la ciudad de México. Parecía que los extraterrestres nos habían invadido.  Por la internet circuló el video de un sujeto que declaraba que el gobierno sabía que esto iba a ocurrir. No lo creo. Por declaraciones del Servicio Sismológico Nacional, entre otras fuentes, sabemos que los terremotos no se pueden predecir. ¿Fanatismo político o dirigida ignorancia? En una zona sísmica como lo es México, en general, y la ciudad de México, en particular, si alguien dice que va a haber un terremoto (algún día), no miente, pero cuando se quiere vaticinar la fecha, el día, la hora y la intensidad, se cae en la peor de las falacias.

El terror cubrió con su sombra destructora a la ciudad de México.

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