¿Es posible aplicar en México la muerte digna para enfermos terminales?

¿Es posible aplicar en México la muerte digna para enfermos terminales?

En la Ciudad de México existe como voluntad anticipada. La Constitución de la Capital que entrará en vigor en septiembre la incluye en su texto. ¿Cómo habrá de legislarse en la Constitución General de la República?

Nota de la Redacción de TE.- A propósito de las declaraciones hechas por la Doctora Olga Sánchez Cordero- quien habrá de formar parte del próximo gobierno en nuestro país- de aplicar en México la iniciativa de la voluntad anticipada en todo el país que opera en la Ciudad de México nos parece oportuno difundir un artículo con un carácter científico de la Doctora Asunción Álvarez del Río sobre una propuesta más avanzada en el caso de enfermos terminales sea por edades muy avanzadas o por enfermedades terminales que se ha denominado muerte digna.

La figura de la Muerte Digna ya fue incorporada en la Constitución de la Ciudad de México que entrará en vigor el próximo mes de septiembre. Para el nuevo Congreso de la capital representará una de sus tareas legislativas para valorar y reglamentar con precisión, de acuerdo con esa carta constitucional, si queda como voluntad anticipada o muerte digna. Sobre todo por su pertinencia en una sociedad como la mexicana, donde imperan diversas creencias religiosas y pensamientos científicos que proponen avanzar en ese tipo de iniciativas y cómo legislarla en la Constitución General de la República y en el resto de los Congresos locales del país.

Aunque si bien falta dilucidarla dado que la Constitución General de la República es la norma superior, donde no existe esa figura, y todo marco jurídico que se desprenda de ella debe ajustarse a su contenido dogmático, veremos en los próximos meses cómo habrá de resolverse tal controversia de la muerte digna en el Congreso de la Unión.

Esta figura controvertida, aún en países como el nuestro, se le conoce también en otras latitudes como suicidio asistido, eutanasia y en la Ciudad de México como voluntad anticipada. ¿Será posible aplicarla en el resto del país como voluntad anticipada?

En la Constitución de la Ciudad de México esta figura de la muerte digna está inscrita en el artículo sexto dedicado a una “Ciudad de Derechos”, incisos 1 y 2 donde dice que:

1.-Toda persona tiene derecho a la autodeterminación y al libre desarrollo de su personalidad.

2.-Este derecho humano fundamental deberá posibilidad que todas las personas puedan ejercer plenamente sus capacidades de vivir con dignidad. La vida digna contiene implícitamente el derecho a una muerte digna.

La Doctora Asunción Álvarez del Río es una universitaria mexicana Maestra en Psicología y doctora en Ciencias en el campo de la Bioética por la UNAM. Esta Doctora destaca en un reciente artículo, al referirse al suicidio asistido del científico australiano David Goodall ocurrido en mayo pasado, que en México es hora de pensar en la muerte que queremos tener en situaciones de edad prolongada y las limitaciones que impone y enfermedades terminales. “Es hora de pensar seriamente en el tema para darnos respuestas, no exclusivamente sobre la muerte que queremos tener y defender, sino sobre lo que es necesario hacer y exigir para conseguirla”, sostiene esta científica mexicana.

Asunción Álvarez*.-En los últimos días ha circulado la noticia de que un científico de Australia que acababa de cumplir y celebrar sus 104 de vida, tomó la decisión de viajar a Suiza para poder suicidarse con la ayuda de la organización Life Circle. Goodall murió el 10 de mayo tal como quería y aunque en su viaje y hasta sus últimos momentos estuvo acompañado por sus nietos, hubiera preferido, como él mismo declaró, morir en su país si en Australia tal ayuda fuera legal.

Es posible que, sin necesidad de trasladarse a Suiza, él hubiera podido conseguir clandestinamente los medicamentos letales para terminar con su vida, pero posiblemente decidió que su último acto de vida sirviera para promover una discusión que ayude a modificar las leyes de tantos países que impiden a las personas, que así lo quieren, tener el control de su vida hasta el final. Un control que significa que las personas tengan la posibilidad de decidir cómo y cuándo dejar de vivir y poder hacerlo en las mejores condiciones; esto es, que tengan una muerte segura, sin dolor y acompañadas por quienes decidan. Goodall era miembro de Exit International, una organización australiana que promueve este derecho.

Al leer comentarios sobre la muerte de Goodall, me sorprende encontrar que haya personas que les resulte extraño que alguien en su situación, decida, con toda lucidez, concluir su vida debido a las limitaciones que su edad le impone, mismas que inevitablemente aumentarían con cada día de vida adicional. Para quien ha reflexionado sobre la vida y su inevitable fin, es más fácil asumir que la única decisión que en realidad está en nuestras manos es cómo vivir y cómo no vivir, porque no morir no es una opción, por mucho que nos desagrade la idea.

Ron Silverio no tuvo la oportunidad de David Goodall para decidir cómo y cuándo dejar de vivir. Este hombre de Delaware, Estados Unidos, murió en enero de este año de cáncer de próstata deseando y promoviendo que la legislación de su estado cambiara. De acuerdo a sus palabras, una legislación que regula la muerte asistida permite a las personas con una enfermedad terminal ocuparse de la vida que les queda, en lugar de estar preocupadas por la forma en que van a morir.

La muerte asistida (eutanasia cuando un médico realiza una acción que causa la muerte de un paciente que le pide ayuda para morir; suicidio médicamente asistido cuando un médico proporciona al paciente los medios para terminar con su vida), además de ser un tema muy controvertido y de dividir las opiniones en posiciones extremas que parecen irreconciliables, está lleno de malos entendidos que es necesario aclarar para ver si hay algunos puntos en los que pueda haber acuerdos. Por eso, lo primero en lo que hay que insistir es que una legislación que permita a las personas decidir el final de su vida y contar con ayuda para morir bien, aplicará sólo a quienes quieran contar con esa opción.

Quienes no quieran, no tienen que pedir ayuda para morir. Lo mismo sucede con los médicos: los que no estén de acuerdo en dar una ayuda así, no tendrán que hacerlo. Por eso, lo que hay que cuestionar es por qué ahora sólo se respalda la decisión de los que no quieren esa ayuda y no la de los que sí quieren contar con ella. ¿Se ha demostrado que permitir la muerte asistida para quienes la quieran pondría en riesgo a las sociedades? No. Únicamente se ha pretendido hacerlo mediante falacias sobre la pendiente resbaladiza y aduciendo argumentaciones que generan temor y amenazan con la pérdida de la confianza en la sociedad. Con tales razonamientos viene a decirse, de diferentes formas, que concediendo que la muerte asistida puede justificarse en algunas situaciones, es inevitable que, al permitirse en algunos casos, se abuse de ella y se termine con la vida de personas vulnerables que querrían vivir.

Esto se repite y se repite pretendiendo hacerlo verdad, pero los datos de los lugares en que alguna forma de muerte asistida se ha permitido, no lo han demostrado. Por otra parte, no hay que olvidar que algunas iglesias, y principalmente la católica, ejercen una gran influencia para oponerse a cambios políticos orientados a permitir la muerte asistida. Éste es sin duda el principal obstáculo que enfrentamos en la región de América Latina.

Si hay algo que conceder a las advertencias de quienes se oponen a legislar sobre la muerte asistida es que se trata de un reto sumamente complejo, porque hay que establecer con mucho cuidado y claridad los criterios bajo los cuales debe permitirse una ayuda así y los controles para vigilar su aplicación. Por mencionar algunos puntos, hay que decidir qué tipo de pacientes tendrán acceso a esta ayuda y en qué situaciones; si sólo se permitirá ayudar a los enfermos que tengan una corta expectativa de vida o también a los que, sin ser terminales, padezcan grandes sufrimientos físicos o psíquicos; si los menores podrán recibir ayuda para morir, lo mismo que las personas que se encuentran en una etapa temprana de demencia.

Si, por volver al caso del que partimos, tendrán acceso a la muerte asistida personas que quieren morir porque su edad avanzada les impone una vida que ya no pueden disfrutar. De hecho, todos estos criterios varían notablemente en las jurisdicciones en que ahora se permite ayudar a morir a una persona que desea terminar con su vida.

La eutanasia está permitida en Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia (en el estado de Victoria, en Australia, se aprobó el año pasado, pero la legislación entrará en vigor hasta el próximo año). El suicidio médicamente asistido (médicamente se refiere a que la ayuda la da un médico, con medios médicos y los motivos para querer morir responden a una condición médica, igual que sucede con la eutanasia) se permite en Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y en ocho estados de Estados Unidos: Oregon, Washington, Vermont, Montana, California, Colorado, Washington D.C. y Hawaii, en donde recientemente fue aprobado. Cabe señalar que en estos estados no se habla de suicidio médicamente asistido, sino de ayuda para morir debido al fuerte estigma que conlleva el término suicidio, el cual suele evocar una muerte irracional y violenta, todo lo contrario a lo que caracteriza una muerte asumida, decidida y asistida que es la que las leyes de estos estados apoyan. Es importante señalar que en todos ellos está prohibida la eutanasia.

Por su parte, lo que se permite en Suiza es el suicidio asistido, lo que significa que no tienen que ser médicos quienes proporcionen la ayuda ni se tienen que utilizar medios médicos ni la causa para morir tiene que ser médica (la eutanasia está prohibida). Ahora bien, lo que sucede en la práctica en ese país es que existen asociaciones como Life Circleque, amparadas en un código penal que sólo castiga la ayuda al suicidio cuando ésta se da por motivos egoístas, pueden ayudar a suicidarse a personas siguiendo los criterios que el gobierno ha establecido para estas agrupaciones. Si bien la ayuda no tiene que ser por medios médicos, dado que estos son los que mejor garantizan una muerte segura y sin dolor, son los que suelen utilizarse, para lo cual las asociaciones requieren que un médico valore que la persona que solicita ayuda es mentalmente capaz de tomar la decisión y entonces prescriba los fármacos letales. Quienes acompañan y asisten a las personas a terminar con su vida son voluntarios de estas agrupaciones.

Como antes señalaba, los criterios bajo los cuales se permite ayudar a morir varían mucho entre los países. Suiza es el que tiene los criterios más amplios y ayuda a personas como David Goodall quien eligió morir debido a las limitaciones que le imponía su avanzada edad, una condición que se está discutiendo en Holanda, pero aún no acaba de definirse. En Suiza, Holanda y Bélgica se puede ayudar a morir a pacientes con enfermedades psiquiátricas y en una etapa temprana de demencia siempre que conserven la capacidad mental para decidir. En Holanda y Bélgica se permite la eutanasia en menores, lo cual acaba de ser aprobado también en Colombia, aunque en este país falta establecer la regulación. Fuera de Suiza, Holanda y Bélgica, las regulaciones de todas las jurisdicciones establecen que a la persona que reciba ayuda para morir le quede poco tiempo de vida, con lo cual quedan fuera condiciones que pueden implicar un gran sufrimiento, pero con las que se puede vivir mucho tiempo como sucede con algunas enfermedades neurodegerativas.

No deja de resultar extraño que sean tan pocos los lugares en que las personas puedan tener la tranquilidad que da saber que, llegado el momento, podrán, si así lo quieren, contar con ayuda para morir y dejar de vivir en condiciones que les resultan indignas o les causan un sufrimiento que vuelve insoportable su vida. Aun cuando los cuidados paliativos ofrecen una atención con la cual muchas personas encuentran alivio de síntomas físicos, psicológicos, sociales y espirituales para vivir en condiciones que consideran aceptables hasta que la muerte se presente, hay síntomas que los cuidados paliativos no pueden aliviar. Además, son pocos los países en que la mayoría de los pacientes tienen acceso a los cuidados paliativos, de manera que en muchos partes sólo en teoría representan un alivio, pues en la realidad muchas personas no reciben tal atención. Es necesario un mayor desarrollo de los cuidados paliativos, lo cual implica ampliar la formación de personal que brinde estos cuidados y educar para que los pacientes, familiares y los mismos médicos comprendan la importancia de recurrir oportunamente a ellos, en lugar de seguir aplicando tratamientos que buscan curaciones imposibles y, lejos de ayudar, añaden más sufrimiento en el final de la vida.

Actualmente, en España se discute una iniciativa de ley para permitir la eutanasia. En el Reino Unido se han rechazado en los últimos años varias iniciativas para permitir el suicidio médicamente asistido. En años pasados, también en México se han presentado iniciativas para permitir la muerte asistida, pero no han prosperado. Avanzar hacia la regulación de la muerte asistida es, sin duda, una empresa políticamente complicada, pero no puede ignorarse que las encuestas demuestran en la mayoría de los países, incluido el nuestro, que entre el 70 y 80% de la población está a favor de que un paciente en una situación terminal pueda recibir ayuda para morir si así lo decide.

Para discutir este tema, del 21 al 25 de marzo de este año nos reunimos en Las Vegas, Nevada, representantes de diferentes asociaciones comprometidas con la defensa del derecho a morir con dignidad (right-to-die organizations) en el congreso Dying in the Americas 2018, organizado por Final Exit Network. Por parte de México participó Por el Derecho a Morir con Dignidad, DMD. Lo innovador en este congreso que venía celebrándose entre Estados Unidos y Canadá, fue que se convocó a participar a países de América Latina para escuchar acerca de lo que está sucediendo en esta región en que es preponderante la influencia de la Iglesia Católica.

El congreso fue un espacio privilegiado para discutir y reflexionar sobre cómo se muere en el siglo XXI y, especialmente, sobre lo que podemos hacer para morir mejor, para que el miedo a la muerte no nos impida hablar de ella y así poder pensar y compartir con otros (que a lo mejor tienen que decidir por nosotros) qué queremos y qué no queremos al final de la vida. Sólo así podremos prepararnos para enfrentar ese momento en que, asumiendo que la muerte no puede evitarse médicamente, hay que tomar decisiones de las que dependerá morir con menos o con más sufrimiento, de manera digna o indigna, acompañados de personas o rodeados de apoyo tecnológico ya inservible.

Por el compromiso compartido de estas asociaciones, el congreso también sirvió para establecer puentes de apoyo que permitan avanzar en el objetivo de ayudar a las personas a tener control en el final de su vida, incluyendo la posibilidad de adelantar su muerte cuando ésta es la única forma de evitar el sufrimiento y la indignidad.

Y en México, ¿hasta dónde queremos que lleguen nuestras posibilidades de elegir sobre el final de nuestra vida? Es hora de pensar seriamente en el tema para darnos respuestas, no exclusivamente sobre la muerte que queremos tener y defender, sino sobre lo que es necesario hacer y exigir para conseguirla.

*Maestra en Psicología y doctora en Ciencias en el campo de la Bioética por la UNAM. Es nivel II del Sistema Nacional de Investigadores, miembro del Colegio de Bioética, A.C. y consejera de DMD México. Profesora e investigadora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM. También es profesora y tutora de los programas de Maestría y Doctorado en la Facultad de Medicina, de Filosofía y Letras y de Psicología de la UNAM. Sus líneas de investigación son: La muerte en la práctica médica y Dilemas éticos de las decisiones sobre el final de la vida.

Tomado del Colegio de Bioética
18 de mayo de 2018.

 

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