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Personas mayores, entre los más de dos millones de la población de la capital mexicana que padecen hambre

Personas mayores, entre los más de dos millones de la población de la capital mexicana que padecen hambre

 

  • “Los estamos alimentando en la calle, en el abandono y luego muchas veces en la indigencia”, advirtió la presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México Nashieli Ramírez Hernández

 

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En la Ciudad de México habitan alrededor de nueve millones de habitantes. Para Ayari Pasquier Merino, subsecretaria de la Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la más importante institución de educación superior del país, una cuarta parte de esa población, más de dos millones, se encuentra en condiciones de inseguridad alimentaria.

 

Entre esos habitantes con hambre figuran las personas mayores. “Los estamos alimentando en la calle, en el abandono y luego muchas veces en la indigencia”, advirtió la presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México Nashieli Ramírez Hernández, durante la presentación de la tercera edición del Manual de Capacitación Sobre los Derechos Humanos de las Personas Mayores.

 

En 2015, la población de la Ciudad de México era de ocho millones 918 mil 653 habitantes., de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.

 

La Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México llamó la atención sobre el envejecimiento poblacional en la Ciudad de México, cuya transformación silenciosa ha devenido en que buena parte de la gente que está viviendo en la calle son personas mayores, quienes no están ejerciendo sus derechos en el último tramo de sus vidas, uno de ellos el de la alimentación.

 

Al estar reconocidos sus derechos en la Constitución Política de la Ciudad de México, insistió Ramírez Hernández en que desde la Comisión de Derechos Humanos de la capital mexicana se trabajará para que se garanticen día a día como grupo de atención prioritaria. Consideró necesario no sólo un cambio cultural, sino también de políticas públicas que las reconozca como sujetas de derechos.

 

En un estudio llevado a cabo por Ayari Pasquier Merino, se identificó los platillos que las familias encuestadas consumen con mayor frecuencia: arroz con huevo estrellado; enchiladas de tortilla frita; torta de queso de puerco con frijoles, huevo o atún; chicharrón en salsa; caldo de pollo con verdura y arroz; carne de puerco en salsa verde con frijoles; caldo con verduras; huevo revuelto con jitomate o en salsa; atún a la mexicana; albóndigas de soya con frijoles.

 

Y al final del día: enfrijoladas; leche con pan dulce; café con bolillo; cereal con leche o leche con galletas.

 

Con esta alimentación se explica el alto grado de obesidad y sobrepeso de la población de la Ciudad de México, cuya joven Constitución, apenas con menos de dos años en vigor, postula el Derecho a la Alimentación y a la Nutrición. Según el artículo nueve constitucional:

 

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“Toda persona tiene derecho a una alimentación adecuada, nutritiva, diaria, suficiente y de calidad con alimentos inocuos, saludables, accesibles, asequibles y culturalmente aceptables que le permitan gozar del más alto nivel de desarrollo humano posible y la protejan del hambre, la malnutrición y la desnutrición”.

 

Ayari Pasquier Merino recordó que históricamente, esta condición inseguridad alimentaria se ha asociado con zonas rurales y de extrema pobreza, pero el sistema alimentario contemporáneo ha vulnerado incluso los contextos urbanos.

 

Según el estudio realizado por Pasquier a madres de familia en condiciones de pobreza y carencia alimentaria, que habitan en la capital del país, la falta de dinero es considerado el principal obstáculo para que se alimenten saludablemente, pues su gasto semanal per cápita va de 85 a 385 pesos.

 

Además, la distribución a gran escala de alimentos procesados y el aumento de precios de los productos frescos son factores que reproducen la desigualdad social en el marco del sistema alimentario global.

 

También para esta universitaria intervienen en esta situación la falta de tiempo para preparar la comida debido a largas jornadas de trabajo, la escasa viabilidad económica de los pequeños productores y la ausencia de políticas que aseguren el acceso a alimentos de calidad para toda la población.

 

Ésta es una de las áreas más afectadas ante la diminución del poder adquisitivo, pues las familias enfrentan gastos fijos como el alquiler y transporte. Y la alimentación se convierte en un espacio de ajuste, subrayó la universitaria.

 

Para entender la situación de las familias que viven con carencia alimentaria, la antropóloga hizo un estudio de campo y entrevistó a madres de familia para conocer los factores que enmarcan sus decisiones en este rubro: el tipo de comida que integra su dieta cotidiana, dónde y cómo se abastecen.

 

Pasquier Merino indicó que la dieta de los sectores más pobres posiblemente se ha diversificado, pero ha perdido su calidad nutricional. En su investigación constató un bajo consumo de frutas, leguminosas y carnes no procesadas.

 

 

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Ante la carencia económica, la gente sustituye ciertos alimentos por productos similares de menor costo y calidad, disminuye su consumo, o definitivamente los elimina del menú.

 

Por ejemplo, la inclusión cotidiana de productos industrializados se ha convertido en una opción barata, y “esta situación podría explicar, en parte, la mayor incidencia de obesidad y enfermedades crónicas no transmisibles en sectores pobres”, remarcó la especialista.

 

Además, debido al acelerado estilo de vida de la ciudad, rara vez se come de manera colectiva, y muchas veces ni siquiera los integrantes de una familia comen lo mismo.

 

“También se observó que cuando alguien tiene prescripción médica se le ofrece alimento extra a escondidas, pues no alcanza para todos”.

 

La alimentación en contextos de pobreza implica un reto cotidiano, y las mujeres siguen teniendo esa responsabilidad; deben hacerla de manera adecuada: sana, rica y a tiempo. Sin embargo, dijo la especialista, la integración de ellas al mercado laboral ha impuesto modificaciones en la organización de la preparación de la comida.

 

En un contexto de precariedad, viven situaciones comunes que las llevan a tener una inventiva constante para lograr su cometido con poco tiempo y dinero: “no le puedo poner pollo al caldo, entonces una molleja; un poquito de jitomate para que pinte; mezclar carne con soya para completar las raciones”.

 

La precariedad económica y laboral compromete el derecho a la alimentación de un número importante de familias en el país, concluyó esta universitaria mexicana que revela las condiciones alimentarias de un amplio sector de la población de la Ciudad de México.

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