Armenia, un genocidio inocultable

Armenia, un genocidio inocultable

“Para que ese hecho terrible no caiga en el olvido, hoy más que nunca es preciso dar a conocer lo que sucedió en el Medio Oriente durante la Primera Guerra Mundial”

“La memoria motiva la responsabilidad con el futuro.”

José FERNÁNDEZ SANTILLÁN

armenian dead

En una de las mamparas de la muestra se lee: “Los departamentos del ‘Buen Tono’ en la colonia de los doctores fueron el segundo lugar en importancia para el asentamiento de la comunidad armenia en la década de los treinta; además en las décadas de los cuarenta y cincuenta este conjunto de departamentos se convertiría en un verdadero barrio armenio, ya que en éste se asentaron, al tener un poco de holgura económica y emigrar del barrio de la Merced, muchos armenios, conformando una especie de colonia armenia.”

Las emociones causadas en mí por la exposición “Armenia. Una herida abierta. A cien años del genocidio” (Museo Memoria y Tolerancia) fueron variadas; pero este fragmento caló especialmente en mi ánimo: en la década de los sesenta viví a una cuadra del “Buen tono”. Nunca supuse que algunos de mis amigos con los que jugué de pequeño en el Parque Colima, casi enfrente del Buen Tono, eran de origen armenio; es decir, descendientes de quienes lograron escapar de la matanza contra su pueblo. Recuerdos personales y encuentro con datos históricos más detallados se fusionaron.

Para que ese hecho terrible no caiga en el olvido, hoy más que nunca es preciso dar a conocer lo que sucedió en el Medio Oriente durante la Primera Guerra Mundial. (Evento en el cual, por cierto, los cuatro imperios agrarios existentes —Prusia, Rusia, Austro-Hungría y el Otomano— encontraron su ocaso). El imperio Otomano, que incluía entre sus etnias a los armenios, fue aliado de Alemania. Enfrentaron al bloque formado por Francia, Gran Bretaña y Rusia. Los turcos otomanos lanzaron una ofensiva militar contra Rusia en el Cáucaso; fueron derrotados y quisieron encontrar un chivo expiatorio.

El partido nacionalista de los Jóvenes Turcos culpó a los armenios del desaguisado. Se desató una campaña de odio: el 24 de abril de 1915, 650 líderes armenios fueron arrestados y posteriormente asesinados en Constantinopla (hoy Estambul). Iniciaron las deportaciones de la población armenia al desierto sirio. Pocos fueron los que sobrevivieron al hambre y las enfermedades. Asesinatos masivos se registraron a lo largo del río Éufrates, Mama Katún, Kemah, Malatia, en el lago de Khazar, en la llanura Mush, alrededor de Bitlis y en la provincia de Diyarbekir. La ola de muerte se prolongó hasta 1923. Se habla de un millón 500 mil armenios sacrificados. Unos 800 mil más lograron huir.

Fue el embate brutal contra un pueblo asentado en esas tierras desde tiempos inmemoriales. Ese pueblo fue capaz de erigir una civilización propia. El armenio fue el primer Estado que admitió al cristianismo como religión oficial (301 d.C.) antes que se formaran el catolicismo y la Iglesia Ortodoxa. Armenia acuñó su propio alfabeto (406 d.C.); dio forma a un primer libro (1512) y un primer periódico (1794) mucho antes que otras naciones. Consolidó sus costumbres, música, artesanía, cocina y atuendos. Y eso se logró a pesar de las numerosas invasiones de que fue objeto. Once capitales anteriores a Ereván fueron destruidas, entre ellas Ani, la ciudad de las mil iglesias. La barbarie no sólo aniquiló personas, también trató de destruir la cultura armenia.

Conviene recordar que el concepto “genocidio”, fue acuñado por Raphael Lemkin, con base en las atrocidades sufridas por Hayastán, como antiguamente se conoció a Armenia. Pero ¿por qué son mucho más conocidos los casos de exterminio de otros pueblos, mientras que el de los armenios no? Uno de los motivos de este olvido son el ocultamiento y la negación de la masacre por parte del gobierno turco. Sirva como ejemplo, el reciente encontronazo entre el papa Francisco y el presidente Recep Tayyip Erdogan. El jefe de la Iglesia católica recordó el “descabellado y atroz exterminio” de armenios; lo llamó “el primer genocidio del siglo XX.” Erdogan respondió: “Condeno al Papa y quiero advertirle: espero que no vuelva a cometer un error de este tipo.”

Con tal despropósito Erdogan agitó las aguas: puso en el centro de la atención internacional aquellos terribles acontecimientos en que personas inocentes perdieron la vida a causa de su pertenencia racial y el credo que profesaban. Algunos políticos y funcionarios hubieran querido que la desavenencia entre El Vaticano y Ankara hubiese sido más tersa. El problema es que ahora se ha convertido en una “papa caliente”; se presenta como un hecho incómodo para muchos gobiernos (incluido el nuestro) en razón de que tan sólo 22 países, de los 193 miembros de la ONU, han admitido la existencia del genocidio armenio. Pero no hay cómo hacerse a un lado cuando se trata de un asunto que atañe a la conciencia de las sociedades contemporáneas y sus dirigentes. Política de los valores y política de los intereses en plena contradicción.

Afortunadamente no todos los turcos comparten la visión de Erdogan: el Premio Nobel de literatura 2006, Orhan Pamuk ha hecho mención reiteradamente del genocidio armenio como un crimen inocultable. El de Pamuk es un ejemplo de coherencia y reclamo de justicia del que muchos nos hacemos eco.

Como dice Linda Atach Zaga: “La memoria motiva la responsabilidad con el futuro.”

Y con esa idea salí de la exposición.

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