Jugueterías

Jugueterías

juguetería

Guillermo HURTADO*

Algunos de mis primeros juguetes fueron adquiridos por mi abuela materna en una pequeña juguetería que estaba sobre la calle de Tacuba, muy cerca de la Catedral. Ya para entonces, hablamos de la primera mitad de los años 60, aquel establecimiento, que creo se llamaba Paquín, era un sobreviviente de otras épocas. (Mi madre recuerda otra tienda del ramo que estaba en la misma zona, El jonuco, en donde, en los años cuarenta, le compraron una casa de muñecas).

Los juguetes que se conseguían en aquella vieja juguetería de Tacuba eran tradicionales y estaban construidos artesanalmente. Cuando cumplí seis años mi abuela compró allí uno de mis juguetes más queridos: un castillo de madera. El castillo tenía cuatro torres bordeadas de almenas y una entrada principal con una puerta levadiza que se podía abrir y cerrar con un sencillo mecanismo.

Meses después, mi abuela me llevó a conocer la juguetería por vez primera. Recuerdo que me asomé al aparador y alcancé a ver una caja con unos soldaditos de plomo con uniforme del ejército mexicano. En cuanto entré fui directo al mostrador para admirarlos de cerca. Estaban pintados a mano y tenían el noble peso del plomo. Me los compraron. Cuando regresamos a la casa corrí a colocarlos dentro del castillo. Pasaba horas imaginando batallas.

El castillo estaba tan bien hecho que nunca se arruinó. Ya de adulto lo guardé durante muchos años en lo alto de un closet. Luego lo regalé y casi de inmediato me arrepentí de haberlo dejado ir. Pero creo que mi hijo Fernando, que nació poco después, no lo hubiera disfrutado como yo. Sus juegos y sus juguetes fueron muy distintos a los que yo tuve de niño; casi como si entre su infancia y la mía hubiera un lapso de mil años.

En el extremo opuesto de la ciudad y también en el extremo opuesto del concepto mercantil estaba la modernísima juguetería Ara de Insurgentes Sur. La juguetería estaba enfrente de El Relox, poco antes de llegar a la Ciudad Universitaria. En el predio donde se encontraba la tienda ahora se yergue un edificio de oficinas.

Mi abuela también me llevó a conocer la juguetería, que estaba muy lejos de nuestra casa. Nunca olvidaré la impresión que me causó entrar en ese paraíso infantil. Ara no olía a madera, plomo y cartón, como Paquín, sino que tenía un delicioso olor a plástico nuevo. Del techo de doble altura colgaba una especie de candelabro con muchos brazos de metal de cuyos extremos caían gotas de un líquido viscoso que formaba un hilillo hasta llegar al piso.

Mi abuela me dijo: “Escoge lo quieras”. Yo recuerdo caminar como en un sueño por los pasillos de la tienda, que me parecían larguísimos. En aquella época no se permitía la importación de juguetes, eran todos productos nacionales, pero a mí me parecían bellísimos. Los más atractivos, es decir, los más modernos, los de pilas, eran de la marca Plastimarx. Pero también había otros de la marca Welco, sin olvidar, claro, los de Mi alegría, que son los únicos que sobrevivieron a la apertura comercial de los años ochenta.

Di vueltas y vueltas sin saber qué elegir. Entonces, desde el fondo de un pasillo observé a mi abuela parada junto a la caja. La vi cansada y encanecida. Entendí en ese momento que para ella significaba un sacrificio comprarme un juguete caro, que lo hacía porque me quería mucho, pero que ella tenía la mala suerte de haber llegado a la vejez sin haber dejado de ser pobre. Entonces, encontré una pelotita de colores. Fui con ella y le dije que eso era lo que quería. “¿Vinimos hasta acá para que compres ese juguete tan chiquito?” Yo no le respondí. Seguramente bajé la mirada. Entonces, por ese poder adivinatorio que tienen los padres y los abuelos, ella comprendió el motivo de mi elección. Me dijo: “No repares en el precio. Escoge lo que quieras. ¡Anda!”. Pero yo ya había tomado mi decisión y estaba satisfecho con ella.

Mi abuela pagó la pelotita y salimos de la juguetería Ara. La Avenida Insurgentes estaba llena de luz. Caminamos con rumbo al norte de la ciudad durante un buen rato. Yo iba feliz con mi pelotita en la mano.

guillermo.hurtado@razon.com.mx

guillermo hurtado pérez*Guillermo Hurtado Pérez nació el 27 de octubre de 1962 en la Ciudad de México. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México, fue Bachelor of Philosophy in Philosophy y Doctor of Philosophy in Philosophy por la Magdalen College School de la Universidad de Oxford.

Desde 1991 es investigador de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, en 1993 fue el Coordinador del  Posgrado en Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras, y Secretario Académico del Instituto de Investigaciones Filosóficas, así como representante de dicho instituto ante el Consejo Académico de Humanidades y Artes de 1998 a 2004, y de este mismo año hasta 2012 fungió como director del mencionado Instituto de Investigaciones Filosóficas.

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