A largo plazo, la inteligencia emocional favorece la calidad de vida y la salud

A largo plazo, la inteligencia emocional favorece la calidad de vida y la salud

 

  • Las emociones bien encausadas son útiles para facilitar la interacción humana y beneficiarnos de las relaciones con los demás, dijo Benjamín Domínguez, de la Facultad de Psicología de la UNAM

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Las personas con inteligencia emocional se adaptan fácilmente a los cambios en el ambiente y se protegen cuando es necesario, lo cual es importante si consideramos que los factores emocionales determinan, a largo plazo, nuestra calidad de vida y nuestra  salud, afirmó Benjamín Domínguez Trejo, profesor de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM.

Quienes poseen esa característica desarrollan habilidades para modular la intensidad y duración de emociones como tristeza, felicidad, indignación, comprensión o enojo. Sean positivas o negativas, tienen un denominador común que es su capacidad adaptativa, y bien encausadas son útiles para facilitar la interacción humana y beneficiarnos de las relaciones con los demás, dijo el universitario.

Si bien nacemos con habilidades para manejar las emociones, el desarrollar  estas habilidades o no estará en función de nuestro entorno (familia, trabajo o escuela), pues los escenarios pueden favorecerlas o bloquearlas.

El especialista apuntó que quienes tienen más habilidades en modulación emocional también califican más alto en empatía y, a la vez, son personas capaces de sentir el apoyo o el desprecio y ubicarse en una condición de mayor resiliencia o vulnerabilidad en relación con otros.

Desde hace años, Domínguez Trejo trabaja con pacientes con problemas de dolor y cáncer, y ha notado la importancia de tener habilidades emocionales para sobreller estos y otros males o circunstancias;  por ejemplo, agregó, “un individuo con un nivel elevado de inteligencia emocional tiene una vida más disfrutable, incluso llena de satisfacciones”.

 

Benjamín Domínguez Trejo
Benjamín Domínguez Trejo

 

Ha sido una labor de años, y en este tiempo el universitario ha trabajado en la evaluación de las habilidades emocionales. Al principio se dio a la tarea de aplicar cuestionarios para obtener un reporte de las personas, “después vimos que si bien esto es útil, no es suficiente para evaluar con precisión dichas herramientas”, advirtió.

Debido a ello, empezó a elaborar y usar marcadores autonómicos e inmunológicos para medir el funcionamiento emocional, lo que ha contribuido a observar cambios en el sistema nervioso autónomo, que indican si alguien se adapta o no a las transformaciones en su ambiente social, laboral, familiar y escolar.

Por ejemplo, al medir las frecuencias cardiaca y respiratoria se obtienen datos interesantes, pues indican qué tan hábil es la persona para rotular sus emociones.

“En la actualidad usamos técnicas más avanzadas, como la termografía. Con una cámara medimos los cambios de temperatura que se producen en la cara de los pacientes. Ahora sabemos que la temperatura de la nariz indica el estado emocional con exactitud; si es alta, están tranquilos, y entre más fría, más estresados”, expuso.

Los marcadores inmunológicos son tomados de una gota de saliva y con ella se mide el nivel de las citosinas inflamatorias, en particular la número seis. Son los mensajeros del sistema inmunológico y éste es el encargado de reconocer las agresiones que atacan a nuestro cuerpo, entre ellas las amenazas psicológicas como la soledad o perder el apoyo social.

“El sistema inmunológico de quienes poseen inteligencia emocional interviene para identificar las amenazas del estrés psicológico (las principales son la soledad y el abandono). Cuando éste es elevado, sube la respuesta inflamatoria como modo de defensa”, remarcó Domínguez Trejo.

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