El día que Aura perdió su casa

El día que Aura perdió su casa

Una niña de 13 años que cuando regresó de la escuela secundaria  se encontró que ya no podía entrar a su casa. Ahí quedó su tele, su cama, sus libros, sus juguetes de pequeña, su recámara que era el lugar de reunión con sus amigas. Su familia forma parte de las personas damnificadas que  viven aún en la incertidumbre después del 19 de septiembre.

Foto: T E

Susana Sánchez.-El martes 13 de febrero del 2018 se inició la demolición del edificio de Pacífico 455, un inmueble donde lo habitaban 26 familias hasta el 19 de septiembre de 2017. Una de sus habitantes era Aura, una niña de 13 años que cuando regresó de la escuela secundaria donde estudiaba se encontró que ya no podía entrar a su casa, ahí quedó su tele, su cama, sus libros, sus juguetes de pequeña,  su recámara era el lugar de reunión con sus amigas.

La noche del 29 de enero pasado, su madre le dio lectura a una carta de Aura  el día que las 26 familias de ese condominio le dieron un amargo adiós  a ese edificio construido en la década de los setenta del siglo pasado. En esa  carta Aura habló de sus sentidas pérdidas irrecuperables, sobre todo del lugar donde se reunía con sus amigas. Ahora, con su mamá y su papá habita un departamento que “deja mucho que desear” – dice su madre- con una renta de nueve mil pesos cerca su edificio que en una semanas más quedará en escombros.

La dolorosa ceremonia del adiós fue en la noche, en la proximidad del 2 de febrero que en el pueblo de la Candelaria, muy próximo a este inmueble, se preparaban a festejarlo, tal como acostumbran, con una multitud de explosivos al aire y un ruidoso baile, que esta vez pospusieron una semana.

Desde el 19 de septiembre, para las 26 familias el saldo ha sido de pérdidas, la más sensible fue la de uno de sus vecinos, el arquitecto José Luis Guzmán Rivera, de 65 años, quien murió en la víspera del 6 de enero por una caída cuando se dirigía en bicicleta a formar parte del comité de vigilancia de las familias damnificadas de este inmueble, cuyo 60 por ciento son personas mayores.

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El arquitecto Guzmán Rivera era uno de los principales gestores de este grupo de familias de Pacífico 455. Su liderazgo lo recogió su viuda, la señora Guadalupe Cruz Hernández de 58 años.

Durante varias semanas estas  familias fueron engañadas por el ex delegado de Coyoacán, Valentín Maldonado, ahora candidato a diputado. Les decía que el edificio podría salvarse de la demolición. Siempre les daba esa vana esperanza.

Otro día funcionarios de la delegación  les decían que no  había tal forma de salvar ese edificio, los daños eran estructurales. También les llegaron a decir que tendrían que pagar siete millones de presos por la demolición. A estos engaños se agrega un agravio más, los robos, la rapiña de sus viviendas que llegaron a efectuar los propios policías encargados de la seguridad del inmueble. Una de las propietarias le robaron las llaves de baños, cerraduras de las puertas, lámparas, ropa, todo lo podían sacar por la noche.

La noche del adiós fue una jornada de historias de vida de estas familias, de sus alegrías, de encuentros y desencuentros. Con el “corazón roto”, como lo dijo una de las mujeres damnificadas, colocaron 26 veladoras, que el aire de la noche apagaba; hubo oraciones por el arquitecto Guzmán, asistieron los brigadistas que apuntalaron el edificio, ese “coloso” de cinco pisos que fue parte de su vida. Una pareja de jóvenes estudiantes filmaba la escena para registrar que ese dolor no se fuera al olvido.

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La carta de la niña Aura fue un golpe al  corazón de ese adiós, estremeció  ese recuerdo de una pequeña que ya no encontró su casa ese 19 de septiembre cuando regresó de su escuela. “Se cayó nuestra casa, perdí mi ropa, mi tele, mi cama”. Esther su madre fue quien le dio lectura a ese breve y amargoso texto de la niña Aura.

El día que el edificio quedó inhabitable, algunos vecinos acudieron al auxilio de las 26 familias con ropa, comida, cobijas, aunque a otras les molestaba   que la carpa que levantaron sobre la vialidad de Pacífico les molestaba y les pedían que la quitaran, les daba “mal aspecto”.

La hija de una de las damnificadas que labora en una empresa española tuvo que recurrir a sus jefes para solicitar que se les atendiera y fueran escuchadas estas familias. La gestión de la empresa española tuvo una relativa respuesta en el gobierno del doctor Miguel Ángel Mancera hasta que el 20 de enero de 2018, finalmente se les avisó de la demolición del edificio. El comisionado Becerra para la reconstrucción siempre estuvo ausente y no les tomaba las llamadas.

Un mariachi cerró ese amargo adiós con la canción “Cruz de Olvido”, pero no hay olvido. Aún dos hermanas damnificadas permanecían en un albergue de la delegación Benito Juárez, mientras otro damnificado habitaba un pequeño cuarto por tres mil pesos con su esposa discapacitada, cerca de la iglesia del pueblo de la Candelaria. No hay olvido porque empieza otro trance más duro e incierto.

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Para estas  estas 26 familias ese tramo,  después de la conclusión de la demolición, es el de cómo reconstruir y recuperar sus viviendas cuando la mayoría de ellas dependen  de pensiones y jubilaciones que no les permitirán cubrir los créditos que les ofrece el gobierno de la Ciudad de México.

A partir del anuncio del programa de reconstrucción en la Ciudad de México de las zonas dañadas por los sismos de septiembre de 2017, ese tramo puede ser  hasta cuatro años.

Por lo menos más de dos mil de esas familias damnificadas la forman personas mayores, la gran mayoría de ellas sin posibilidades de volver a pagar los inmuebles que ya habían cubierto por diferentes vías de créditos. Aún es incierto cuáles son las propuestas que recibirán para volver a  vivir en nuevos inmuebles en los terrenos de los edificios que se encuentran en proceso de demolición, más de mil 500 en distintas zonas de la capital mexicana.

La incertidumbre es mayor ahora que renunció el comisionado para la reconstrucción, Ricardo Becerra, quien tampoco hizo bien las cosas ni cumplió con la encomienda de estar al tanto de las personas damnificadas.

A este grupo de familias de Pacífico 455, Becerra  las obligó personalmente el 12 de noviembre pasado a desalojar los bienes muebles de sus viviendas con el apoyo de miembros del Cuerpo de Bomberos; la mayoría de estas personas damnificadas tuvieron que rematar sus refrigeradores, salas, camas, lámparas a  buitres,  que de pronto se presentaron a disputarse ese botín. Don Gabriel, uno de los damnificados, casi regaló su refrigerador.

La vida de los damnificados con pérdida total  del 19 de septiembre se desarrolla entre los rumores, el caos y la incertidumbre ahora que se perdió la cabeza de la Comisión de Reconstrucción por la disputa de los jugosos presupuestos de la Asamblea Legislativa, unos 16 mil millones de pesos, destinados a la reconstrucción de la capital.

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No hay una estimación real ni ubicación precisa, pero  las más de dos mil  personas mayores  damnificadas habitan en las delegaciones Cuauhtémoc, Coyoacán, Venustiano Carranza,  Magdalena Contreras, Xochimilco, Tláhuac y Tlalpan.

La Secretaría de Desarrollo Social  (SEDESO)  de la capital mexicana había verificado hasta el año pasado   mil 262 inmuebles, edificios y casas habitación afectados por el sismo del 19 de septiembre  habitados por  dos mil 128 personas adultas mayores de 68 años de edad que resultaron damnificadas.

Mil 841 (64% mujeres y 36% hombres) ya son derechohabientes de la Pensión Universal, lo que representa casi 87% del total, aseguró la SEDESO, a cargo de José Ramón Amieva Gálvez.

El 12 de enero anterior, el ahora ex comisionado Ricardo Becerra presentó el plan de reconstrucción de las zonas afectadas por  el sismo del 19 de septiembre, después de que la Asamblea Legislativa de la capital aprobó la Ley de Reconstrucción. Era un plan con diferentes fases, sustentado en cuatro columnas y 45 programas, que le daba prioridad a los grupos más vulnerables, como las personas adultas mayores.

Era un plan que había sido avalado por la Organización de las Naciones Unidas, con una “visión precisa y exacta de los daños”, un programa emergente de indemnizaciones, reparación de las grietas con una reconstrucción segura de las viviendas, con un programa antisísmico por edificios para darles mayores seguridades.

Hoy ese plan para la niña Aura forma parte de sus incertidumbres, porque no sabe cuándo volverá a recuperar su casa, su cama, su tele, su ropa, el lugar donde ella recibía a sus amigas.

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