El duelo del que no se habla

El duelo del que no se habla

Foto T E

 

Itandehui Santiago Monroy.- 4 de enero. Entré a una librería. Un acto cotidiano que se tornó especial. Muchos de los asistentes (más de los normales por la hora y el día) son jubilados, otros estudiantes y algunos más sin una definición de quiénes son y por qué estarían aquí. Mi motivo es más sencillo y silencioso. Tras una noche de insomnio, me pregunté qué le gustaría hacer a mi mamá en un día cualquiera. Como si me lo dictara, lo supe: visitar una librería.

 

Han pasados dos años de un duelo que sicológicamente debería durar seis meses, un año cuando mucho, según los especialistas. Sin embargo, hay algo de lo que pocos hablan y es el segundo año de ausencia. ¿Cómo sobrellevas esos 365 días subsecuentes a los primeros 365 días?

 

Muchas veces mi mamá me habló de la muerte. De cómo la gente retiene a las personas en camas solitarias de hospital bajo la lógica de “luchar por su vida”, aunque en realidad tratan de evitar su propio sufrimiento, ese duelo con el que se quedan los que se quedan en un acto de claro egoísmo contra la paz y el descanso del que está enfermo.

 

También, me contó de la soledad. De esa que sientes cuando llegas a la casa después de un funeral. Después de los rosarios o de la misa de mes (si eres católico). Del vacío que sienten las personas que llegan a casa y no escuchan al ausente: sus pasos, la televisión a todo volumen, el llamado para sentarte a comer.

 

En muchas pláticas fuimos conscientes de lo que significaba partir y de cómo estar preparados: planes funerarios, destino final, lugar del eterno descanso. En la mesa, al menos una vez al año, se hablaba de que en casa nadie debía ser entubado y luego, nadie, se imaginó que existiría 2019 y 2020.

 

Alguna vez, lo recuerdo muy bien, me habló de ese segundo año. Los 365 días donde más extrañas. Cuando es aún más fuerte la ausencia, que la inmediata. Cuando ya pasaron las primeras semanas, los primeros meses, el primer periodo del resto de tu vida.

 

Porque la gente, tras el primer año de duelo, te acompaña, te vista, te apoya, te manda mensajes… y los días pasas y cuando sales de tu letargo, las personas te ven valiente, aplauden tus decisiones, se enorgullecen de quién eres y de cómo vas levantándote todos los días. Entonces, concluyen: está superado. Y se olvidan.

 

Es ahí cuando, ella decía, confirmas quién está contigo para toda la vida. Cuando conoces a tu verdadera familia, a tus amigos más sinceros. Porque están ahí. Sabiendo que, aunque todos los días miras al frente, avanzas y construyes, por dentro sigues llorando y siguen doliéndote los recuerdos.

 

Yo pasé casi un año sin visitar el nicho donde reposa mi mamá. Más que ingratitud es dolor. Es cierto que para mí la materia es solo eso, la energía de ella la siento todos los días y no considero que está en un solo lugar; sin embargo, confieso que era miedo.

 

Miedo a enfrentar ese segundo año que hasta ahora parecía un mal sueño. Un sentimiento que tiende a paralizarte porque ahora vives más solo, menos arropado por el mundo. Eres tú, con tus recuerdos y su ausencia.

 

Y sé que no soy la única que pasa por ello. Ese 2019/2020 dos personas muy cercanas a mí, también tuvieron una pérdida similar. Y los veo avanzar, valientes; aplaudo sus decisiones y me enorgullece quienes son y cómo se levantan todos los días. Y en el fondo sé que les duele y siguen resolviendo sus ausencias solos, porque el segundo año es el momento más solitario del duelo.

 

Comienza el año por venir. En 365 días estaremos en el tercer aniversario, con una cuenta interminable hacia delante. Vendrán aprendizajes diferentes y circunstancias más complejas. Es posible que el tiempo sea más fácil o más difícil. Tal vez, espero, cada día duela menos visitar el nicho o hacer la misa que ella hubiera querido.

 

Ella no era sicóloga, yo ni en sueños me acerco. Sin embargo, viví 41 años con una mujer sabia y amorosa que sabía que el dolor no es eterno. Que no creía en la autoflagelación y en el castigo personal. Que amaba la vida y que me amaba a mí.

 

Lo único que puedo decretar es que buscaré que cada 4 de enero sea un día de gozo. Pensaré en qué haría ella para seguir disfrutando en vida. Porque Lulú solo me habló del segundo año de duelo: de ese que sabía que dolía. Los demás, son materia de cada uno y se resolverán de la mejor manera.

 

Gracias infinitas. Ahora, comenzaré un libro.

 

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