Empieza la etapa más dura de los damnificados del sismo del 19: luchar contra el olvido
Empieza la etapa más dura de los damnificados del sismo del 19: luchar contra el olvido
- Dejaron de ser noticia. Un gran número son personas mayores.
- En el Multifamiliar Tlalpan, 500 familias esperan con incertidumbre la suerte de los inmuebles. Son revisados para conocer si son habitables.
- Ocupan improvisados albergues, de carpas, casas de campaña, algunas de cartón.
José Luis Camacho López.- En la Zona Cero de la calzada de Tlalpan, al sur de la capital mexicana, en los improvisados campamentos de refugiados, se respira un desánimo, viene la etapa más dura, cruel e incierta, luchar en contra del olvido. Dejaron de ser noticia.
Entre el numeroso grupo de personas damnificadas obligadas dormir en carpas en los jardines adyacentes al Multifamiliar Tlalpan o en el auditorio de una escuela primaria, de la colonia Educación, el sentimiento que las une, es el de la desesperanza a 20 días del terremoto que derrumbó uno de sus edificios, causó la muerte de nueve de sus habitantes; 18 fueron rescatados de las ruinas del edificio IC y 79 fueron salvados; y dejó en situación de calle a gran parte de sus 500 familias.
Es lunes 9 de octubre, poco después de la hora trágica del sismo- las 13:14- decenas de ocupantes de los edificios del Multifamiliar Tlalpan, construido por el Estado, esperan que se les deje entrar a sus edificios por sus pertenencias.
La policía vigila la entrada a los inmuebles, en los estacionamientos se encuentran varios vehículos de modelos atrasados que denotan la condición social de los ocupantes del Multifamiliar Tlalpan. Algunos trabajadores circulan por los pasillos de un modelo de vivienda que hace seis décadas era el símbolo de la política del Estado mexicano en materia de vivienda social.
Hoy sus pasillos rodeados de jardines se encuentran desolados. Se respira una angustia contenida entre las personas damnificadas, quienes ocupan unas canchas de básquetbol donde levantaron un campamento pegado a la calzada de Tlalpan. Caminan como sonámbulos, se reúnen a escuchar noticias cuando ya no hay noticias sobre ellos, porque viene el olvido.
Ahora el ritmo es muy lento, no es ya el fragor ni la intensidad de los gritos del martes 19 de septiembre, de los albañiles, quienes fueron los primeros en llegar a la Zona Cero del desastre de Calzada de Tlalpan, de los jóvenes quienes se improvisaron de socorristas desde los primeros minutos posteriores al sismo.
Acudieron a levantar las piedras del único edificio IC desplomado, junto a la biblioteca “José Elías Moreno”; o de los días posteriores al fatídico 19 de septiembre, que se llenó de gente dispuesta formar columnas para el acarreo de escombros, dar de comer a los socorristas, como Guadalupe Bonilla Tolentino, que desde Huayacocotla, Veracruz, vino a darles de comer a damnificados y socorristas. Llegó, con toda su familia, levantó unas lonas, colocó un brasero, guisó nopales con bistects de cerdo, preparó agua de sabores, tortas de atún, café. No distinguía a quien darle un bocado.
Guadalupe, de 60 años, llegó hasta los edificios del Multifamiliar de Tlalpan porque cuando vivía en la Ciudad de México, pasaba por esa unidad habitacional, y siempre observaba que en el transporte en que viajaba, descendían personas mayores en ese punto de la ciudad. Guadalupe decidió estar en ese Conjunto habitacional después de comprobar que familiares suyos estaban a salvo al norte de la ciudad. Por largos días en esa Zona Cero se escuchaban gritos que pedían silencio con el puño en alto, y todo mundo, rescatistas y curiosos, enmudecían. Un puño en alto significaba una esperanza del rescate de alguna vida.
Hasta ahí llegaron los chilenos, los japoneses, con sus sofisticados equipos y sus binomios; los israelíes, los salvadoreños, estadunidenses, en ese mar turbulento de gentíos, hasta que se agotaron las esperanzas de vida la tarde del domingo 25 de septiembre en el edificio caído, donde fueron rescatadas con vida 18 de los ocupantes del IC.
El lunes 9 de octubre, ya tarde, permanecían aún unas coronas, con sus flores ya extinguidas, son la ofrenda del dolor, de la dolorosa pérdida por las víctimas que murieron entre las losas de ese edificio.
Otra Guadalupe, Guadalupe Sánchez, de 23 años, llegó desde Chalco, del vecino Estado de México. También acudió con frijoles y café a dar de comer a policías locales y federales, socorristas, rescatistas. Se unió a otras mujeres que decidieron levantar un improvisado comedor en los jardines de la calle de Jacarandas, en la colonia Ciudad Jardín. Las dos Guadalupes, cada una con sus propios recursos, decidieron estar en esa zona del desastre, a dar su ayuda, conmovidas por el dolor de las familias víctimas del sismo.
Ese domingo 25 de septiembre, marinos y soldados se habían unido en el Plan México, cercaron la zona, sólo era posible el acceso a periodistas, quienes observaban las penosas tareas de los largos episodios de rescate, y los prolongados descansos de las brigadas extranjeras, extenuadas; los japoneses se distinguían, meticulosos. Hubo socorristas mexicanos que sintieron haber sido desplazados, argumentaban que se perdieron valiosos minutos para salvar más vidas en esas etapas de relevar a los socorristas nacionales.
La ayuda de instrumentos en rescate era en exceso, había polines para apuntalar muros, decenas de palas, marros, picos, cientos de cubetas para acarrear las piedras, chalecos, cascos. Los japoneses pedían silencio para escuchar algún aliento de vida. Lo encuentran en un pequeño perrito, es el último signo de vida en ese edificio.
Alrededor de las seis de la tarde, los japoneses hacen un recorrido con uno de sus binomios alrededor del desplomado inmueble y se retiran. Ya no hay signos de vida a cinco días del terremoto. Antes de irse se forman frente a “la montaña de ruinas”, como lo llamó un reportero de televisión de Milenio, y hacen una reverencia en señal de respeto por las víctimas que no se lograron salvar.
Los campamentos de socorristas, los comedores improvisados, se instalaron a un lado de donde corre el Tren Ligero, entre las estaciones de Taxqueña y Xochimilco. Sus trenes suspendieron su servicio desde el mismo 19 de septiembre, cuando decenas de jóvenes invadieron el tránsito, rompieron las mallas ciclónicas de la Calzada de Tlalpan en sus dos tramos para llamar la atención de la tragedia.
Los jóvenes se organizaron, no se conocían, nombraron sus mandos, sus “gacelas”, jóvenes de ambos sexos que eran correos para llevar mensajes, llevar encargos, de un punto a otro; organizaron brigadas para acarrear escombros. Uno de esos jóvenes, Issac, llegó a ser el vocero del desastre, los periodistas lo buscaban, daba entrevistas a la CNN, al Canal 40. Productor de videos, dejó su empleo en la colonia Roma para venir a dar su ayuda a sus vecinos de esa unidad habitacional. Issac reside en la colonia Ciudad Jardín, próxima al Multifamiliar.
La salida de los japoneses de la Zona Cero de la calzada de Tlalpan fue el aviso no verbal de que finalizaron las tareas de rescate de vidas o de cuerpos.
La autoridad civil, nos dijo un alto funcionario de la Marina con cuatro galones sobre los hombros, decidirá cuándo se iniciarán las tareas de levantar las losas del edificio desplomado. Y aparentemente esa autoridad civil no identificada lo decidió porque a las siete de la noche llegaron dos grúas, una de 300 toneladas para instalarse, colocar a sus lados dos peses cada una de 15 toneladas como contrapeso y evitar que la enorme grúa se volteara. La otra era una de esas llamadas “manos de chango”, las que arrancan escombros sin miramientos.
Arturo Sánchez, un experimentado rescatista mexicano, se acercó a los periodistas a dar su testimonio, Aseguraba que se perdieron minutos en el rescate de víctimas, hubo quienes murieron por deshidratación. Lo secundan en esa versión unos socorristas de Sonora, como Guillermo Vázquez. Pertenecen a la unidad municipal de Nogales.
La desorganización fue total, aseguró Arturo Sánchez. Un soldado que observó por horas los alegatos que entre mandos civiles, marinos y del ejército sin ponerse de acuerdo, lo corrobora. No hubo coordinación entre le DNIII y el Plan Marina, según afirma Sánchez, uno de los desplazados socorristas s para dar paso a los equipos extranjeros.
Para el lunes 9 de octubre, cuando ya se restableció el intenso y ruidoso tráfico de la vialidad de la calzada de Tlalpan hacia el norte de la capital mexicana, los damnificados deambulan entre esas carpas, algunas hechas con cartones, otras, las menos, son casas de campaña.
Sobre las rejas de la cancha de básquetbol están escritos sobre cartones los nombres de los ocupantes, entre ellos, de Efraín García Romero, de 76 años; Agustina Ramírez Morales, de 60 años; Juan Antonio Pérez González, de 64 años; Angelina Ozuna García, de 81 años. Son nombres, historias de vida de personas mayores, de la pérdida de un patrimonio en los segundos del terremoto de 7.1 de intensidad del 19 de septiembre de 2017.
Según el presidente del Colegio de Ingenieros Arquitectos de México, Mauricio Clemente Buitrón Monroy, en una versión del diario Excélsior, el edificio IC que se derrumbó del conjunto multifamiliar lo causaron modificaciones a su estructura original y el movimiento del sismo.