La pobreza y la falta de visibilidad de las mujeres de la Tercera Edad en Japón
La pobreza y la falta de visibilidad de las mujeres de la Tercera Edad en Japón
Visibilizando a las mujeres japonesas de la tercera edad
Higuchi KEIKO*
En 2013 la esperanza de vida de los hombres japoneses fue de 80,21 años, mientras que la de las mujeres se situó en 86,61 años; fue la primera vez que el dato relativo a la población masculina superó la franja de los 80 años(*1). De estas cifras se desprende que las niponas son desde hace mucho tiempo las personas que disfrutan de una vida más larga en el mundo, seis años y medio más que sus compatriotas del sexo contrario. Consecuentemente, la proporción de mujeres en la población es más alta.
En la actualidad, la proporción de mujeres mayores de 65 años es del 56,9 %, mientras que la de mujeres mayores de 75 años se sitúa en el 61,4 % –a esta edad todos los japoneses pasan automáticamente a beneficiarse del denominado Sistema Sanitario para la Última Etapa de la Tercera Edad. Si pensamos en la población mayor de 85 años, edad cercana a la esperanza de vida de las japonesas, la cifra sube hasta un 70,2 %, casi 2,3 veces más que la proporción de hombres para la misma franja(*2). En 2014, la población mayor de 100 años superó los 58.000 habitantes; de estos, un 87,1 % eran mujeres(*3).
En resumen, entre la población de la tercera edad predominan las mujeres. Lo lógico sería, pues, que las diferentes políticas se centraran en ellas, pero este no es el caso en absoluto; su existencia se ha eliminado de campos como el mercado laboral y la seguridad social. Por ello, podría decirse que el punto de partida se encuentra ahora en hacer visible la imagen real de las mujeres, que tiende a borrarse en esta sociedad superenvejecida. Sin embargo, ellas no son necesariamente las únicas eliminadas. Contrario a lo que cabría esperar, la tercera edad en Japón, segmento poblacional que engloba también a los hombres, no envía representación alguna a los escenarios de la toma de decisiones políticas.
La tercera edad, alienada del derecho a decidir en política
Tras las elecciones generales de diciembre de 2014, la proporción de diputados mayores de 65 años en la Cámara Baja se sitúa en el 16,8 %; la de legisladores con más de 75 años, en un escaso 1,3 %. Si pensamos en el hecho de que los habitantes mayores de 65 años representan el 25 % de la población total de Japón –los mayores de 75 años, el 12,5 %–, la representatividad de la tercera edad se está alienando de forma notable. A decir verdad, hubo un tiempo en el que las personas mayores controlaban los círculos políticos y económicos, y se alzaron voces que lo tildaban de gerontocracia, de ahí que se fueran poniendo en práctica progresivamente medidas para esta alienación. Las tres principales formaciones políticas japonesas –el Partido Liberal Demócrata, el Democrático y el Komei– establecen límites de edad para sus candidatos, a excepción de en los distritos electorales de un solo escaño.
Durante la Conferencia Internacional sobre Medidas para Hacer Frente a la Demencia Senil, celebrada en Tokio en noviembre de 2014, se alzaron voces entre las partes interesadas que pedían que no se tomaran medidas sobre ellas sin su participación. Posteriormente, el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar dio a conocer en enero de 2015 el denominado Nuevo Plan Naranja, un documento con estrategias de fomento de medidas para hacer frente a la demencia senil; en el mismo, la dependencia nipona reveló que aceptaría las opiniones de pacientes de la enfermedad y sus familiares.
Aunque se aprueben medidas para la tercera edad, se la ha alienado del derecho a decidir. Además, entre los pocos parlamentarios mayores de 75 años no se cuenta ni una sola mujer. Según datos de diciembre de 2014, en la Dieta la proporción de mujeres es del 9,5 % en la Cámara Baja y del 15,7 % en la Alta. Debemos decir que esta proporción tan baja es un hecho sobre Japón muy particular: el país ocupa el puesto 104 de 142 en el Índice Global de Brecha de Género del Foro Económico Mundial.
“La mujer no nace pobre: envejece pobre”
A las japonesas de la tercera edad se las ha eliminado de los escenarios de toma de decisiones políticas por partida doble: como personas de este segmento poblacional y como mujeres. Si reflexionamos al respecto, desde la era Meiji (1868-1912) se han venido tomando decisiones en ámbitos de la sociedad como la educación de las mujeres, las relaciones familiares y el mercado laboral, y de la seguridad social como el embarazo, el aborto y el parto sin contar con ellas. En los marcos sociopolíticos fruto de decisiones en las que no ha participado casi ni una sola representante femenina, no puede decirse que la tercera edad de las mujeres, época en la que hacen balance sobre su vida, se caracterice por su abundancia.
En otras palabras, la tercera edad es una etapa de pobreza para las mujeres. Las dificultades de las japonesas que llegan a la vejez son de índole económica, pero también tienen que ver con la responsabilidad de proveer cuidados con la que han cargado durante tanto tiempo. Ambos aspectos están relacionados, conducen a las mujeres a la pobreza y han venido soportando esta sociedad.
“No se nace mujer: se llega a serlo”. La escritora Simone de Beauvoir comienza su libro El segundo sexo con estas palabras. Imitando esta cita, se podría decir: “La mujer no nace pobre: envejece pobre”.
Veamos algunas cifras al respecto. El índice de pobreza relativa representa la proporción de personas cuyos ingresos disponibles se sitúan por debajo del 50 % de la media. Si excluimos las edades más jóvenes, en el caso de las mujeres, dicho índice se encuentra por encima del de los hombres durante casi toda su vida; la brecha aumenta especialmente en los mayores de 65 años. Entre aquellos con 80 años o más, el índice para los hombres es del 17,3 %, mientras que para las mujeres llega al 23,9 %, un alza de casi siete puntos(*4).
La diferencia entre los hombres y las mujeres destaca notablemente entre aquellos que viven solos. El índice de pobreza relativa para los hombres mayores de 65 años es del 29,3 %; el de las mujeres, del 44,6 %(*5). El número de hogares de hombres de la tercera edad con un solo miembro representa un 11,1 %, mientras que la cifra asciende hasta el 20,3 % cuando se trata de las mujeres. Entre estas, el número de personas cuyos ingresos anuales se encuentran por debajo de un millón doscientos mil yenes llega al 23,7 %; o sea, casi una de cada cuatro personas. La cifra sube hasta el 32,5 % en el caso de las mujeres divorciadas(*6).
La causa de la pobreza de las mujeres reside en el hecho de que durante muchos años se las ha alienado de convertirse en el sostén de la economía familiar en calidad de individuos. Desde la niñez, se les ha venido inculcando que su objetivo es convertirse en esposas y se las ha educado con el miedo a acabar siendo unas solteronas o ‘mercancía devuelta’ en caso de divorcio. En el mercado laboral, el papel de la mujer se limitaba a aportar una ayuda a la economía familiar o a los años de juventud. De hecho, hasta justo antes de la Ley de Igualdad de Oportunidades Laborales de 1985, los sistemas que establecían pautas como una edad de jubilación más temprana para las mujeres o que estas dejaban sus puestos al casarse o tener hijos siguieron existiendo como costumbres propias del lugar de trabajo.
Puede decirse que durante el período de crecimiento acelerado, la cultura de la separación de roles en función del sexo en torno a la idea de “Los hombres, al trabajo. Las mujeres, en casa” –el sistema y la conciencia, y la conducta– se vio reforzada a través de las grandes empresas, que desempeñaron el papel protagonista en esa distribución. Poco después de la guerra, la asignatura Labores del Hogar, de libre elección en los institutos de secundaria, se convirtió en obligatoria solo para las alumnas, como mecanismo para educar a las futuras amas de casa; al principio, otorgaba dos créditos, pero esta cifra pronto se duplicó.
Un sistema para camuflar los bajos ingresos de las mujeres trabajadoras casadas
Desde que Naciones Unidas celebró la primera Conferencia Mundial sobre la Mujer en 1975, Año Internacional de la Mujer, los estándares globales se han ido extendiendo en Japón. Posteriormente, se estableció el Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer, cuyo objetivo era fomentar planes de acción para mejorar el estatus de las mujeres. En 1985, el Gobierno nipón decidió renovar el sistema de pensiones, de forma que las esposas de los asalariados que no trabajaran fuera de casa pudieran recibir una pensión, en calidad de beneficiarios de la denominada categoría tres, cuando la cantidad anual de ingresos fuera inferior a un millón trescientos mil yenes, sin haber abonado las cuotas correspondientes bajo el sistema nacional de pensiones. Las ventajas de la reforma eran, entre otras, solucionar la falta de pensiones para las amas de casa divorciadas, pero la financiación del sistema de pensiones se vio afectada, y, por ejemplo, muchas esposas con trabajos a tiempo parcial ajustaban sus ingresos para que no superaran la cantidad máxima estipulada.
Si realizamos los cálculos suponiendo que los beneficiarios de la denominada categoría 3 abonaran ciertas cuotas del sistema nacional de pensiones, desde 1986, año en que el nuevo sistema entró en vigor, hasta 2012 la cantidad de ingresos en forma de cuotas superaría los 40 billones de yenes. A decir verdad, no cabe duda de que si no existiera este sistema, las viudas de más de 60 años que se dedicaron exclusivamente a las labores del hogar se habrían visto sumidas en una pobreza más profunda. Durante la tercera edad, estas mujeres pueden seguir perteneciendo a la clase media a duras penas, precisamente porque tres cuartos de la pensión del esposo se garantizan en calidad de pensión para los familiares que han perdido a un ser querido. Incluso si se reconocen sus resultados, este sistema de pensiones discrimina a las trabajadoras por cuenta propia y a las mujeres empleadas; es injusto y se limita a camuflar los bajos ingresos de las mujeres trabajadoras casadas con asalariados como si solo fueran amas de casa.
Tres puertas por las que las mujeres salen del mercado laboral
A lo largo de su vida, las mujeres japonesas se topan con tres puertas por las que salir del mercado laboral. La primera de ellas se abre cuando se quedan embarazadas y dan a luz; en la actualidad, el 60 % de las mujeres abandona su trabajo en esta situación. La segunda aparece cuando sus esposos son trasladados por motivos profesionales. La tercera se abre cuando pasan a cuidar de sus padres u otros familiares. A día de hoy, el promedio de años consecutivos que las mujeres trabajan en Japón se sitúa en 9,3, una cifra que en el caso de los hombres asciende hasta los 13,5(*7). A simple vista, puede parecer que no se trata de una gran diferencia, pero son muchos los casos en los que la situación de empleo es irregular y no está vinculada con la seguridad social. En 2013, el promedio mensual de la pensión recibida por los trabajadores fijos, que podría considerarse como el resultado final de su trayectoria laboral, era de 183.155 yenes para los hombres, mientras que en el caso de las mujeres apenas alcanzaba los 109.314 yenes(*8). Las mujeres tienen pocas oportunidades de ascender laboralmente y trabajan menos debido a su papel como cuidadoras de la familia, por lo que sus ingresos no pueden ser altos.
En la prolongación de estas labores realizadas por las mujeres existe el actual sector profesional de los cuidados, que se está externalizando. A este respecto, podría decirse que el hecho de que los salarios en este campo sean un 60 % más bajos que en otros tiene su origen en la idea de que tradicionalmente se trataba de una labor que correspondía a las mujeres, que siempre se han dedicado a las tareas domésticas. Además, hoy en día la administración de los cuidados y la atención médicos tiende cada vez más a pasar de las instalaciones a las comunidades y las familias, independientemente de los cambios que se estén produciendo en la estructura familiar en Japón. Se trata de revalorizar a los profesionales del sector de los cuidados, enmarcarlos como trabajadores para abordar la vida de los seres humanos y mejorar el trato.
De no hacerse, aprenderemos una buena lección: en la década de 2030, una gran cantidad de ancianos y ancianas en la miseria ya no morirán en el campo como reza el dicho popular, sino en sus casas. No cabe duda alguna de que Japón, el gran país de los cuidados, volverá a perder la guerra antes de que muera gente sin haber sido cuidada.
(Traducción al español del original en japonés publicado el 27 de marzo de 2015)en nippon. Com
(*1) ^ Tabla de vida abreviada(2013), Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar.
(*2) ^ Datos aproximados a día 1 de marzo de 2015 extraídos de las estimaciones sobre población realizadas por la Oficina de Estadísticas del Ministerio del Interior y de Comunicaciones.
(*3) ^ Datos del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar a día 1 de septiembre de 2014 basados en el Registro Básico de Residentes.
(*4) ^ Tendencias del índice de pobreza relativa: años 2006, 2009 y 2012, elaborado por Abe Aya en 2014 (Página web Estadísticas sobre Pobreza).
(*5) ^ Tendencias del índice de pobreza relativa: años 2006, 2009 y 2012, elaborado por Abe Aya en 2014 (Página web Estadísticas sobre Pobreza).
(*6) ^ Estudio sobre la vida independiente de los hombres y mujeres de la tercera edad, realizado por la Oficina del Gabinete en 2008. Se preguntó a hombres y mujeres con edades comprendidas entre los 55 y los 74 años.
(*7) ^ Estudio Básico sobre la Estructura Salarial(2014),del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar.
(*8) ^ Situación general de las pensiones para trabajadores fijos y del sistema nacional de pensiones(2013), de la Oficina de Pensiones del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar. Las cifras citadas corresponden al promedio mensual percibido por las personas con derecho a las pensiones para trabajadores fijos (mayores de 65 años).
*Es Presidenta de la ONG Mujeres para Mejorar la Sociedad Envejecida y directora del Instituto de Investigación sobre el Futuro de la Mujer de la Universidad Tokyo Kasei, de la que es profesora honorífica. Tras graduarse del Departamento de Estética e Historia del Arte de la Facultad de Literatura de la Universidad de Tokio y trabajar en la agencia de noticias Jiji Press y en las firmas Gakken y Canon, inicia su carrera como comentarista. Después de perder a su pareja a los 66 años, vive un tiempo sola. En la actualidad, convive con su hija mayor y sus mascotas, varios gatos. Entre sus obras, destaca Jinsei hyaku-nen jidai he no funade (El comienzo de una era en la que la vida dura cien años; editorial Minerva Shobō, 2013) y Daikaigojidai wo ikiru (La gran era de los cuidados, editorial Chūō Hōki, 2012).