Morir con dignidad III

Morir con dignidad III

“El día 18 de marzo de 2015 tuvo lugar en la Academia Nacional de Medicina una deliberación infrecuente: no sobre cómo salvar y extender la vida, sino cómo humanizar la muerte.

Fue una reflexión a cuatro voces, entre distintas profesiones pero desde una misma perspectiva laica cuyo único acto de fe es en la voluntad y en la libertad humanas.

Bajo la presidencia del doctor Enrique Graue, hablaron en esa sesión un médico psiquiatra, Juan Ramón de la Fuente, un abogado, Fernando Gómez Mont, un médico especializado en cuidados terminales, Arnoldo Kraus, y un escritor, Héctor Aguilar Camín.”

T E el diario de la Tercera Edad comparte la generosidad de la prestigiosa revista nexos y  publica en su sección Testimonios y Documentos “esas voces diversas y convergentes en torno a una de las cavilaciones radicales de nuestro tiempo: el de la muerte digna como parte de la vida deseable.”

III. El difícil camino: Eutanasia y suicidio asistido

Arnoldo Kraus

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En febrero de 2015 el Tribunal Supremo de Canadá revocó por unanimidad la prohibición del suicidio médicamente asistido. El fallo otorga un año al gobierno y a los estados para elaborar la ley correspondiente. De no hacerlo, el tribunal no procesará a los médicos que ayuden a morir. En marzo de 2015, en Francia, la Asamblea Nacional apoyó, por aplastante mayoría, 436 votos a favor, 34 en contra, la norma que declara vinculante el testamento vital y el derecho a la sedación profunda en pacientes terminales.

¿Deben los médicos o las personas allegadas a enfermos terminales mentir cuando ayudan a morir? No deberían, pero en la inmensa mayoría de los países lo hacen. De ahí el título del artículo: El difícil camino: Eutanasia y suicidio asistido. Camino cruento que no debería serlo si sociedad y médicos comprendiesen que uno de los retos cruciales de la vida es acompañar y ayudar a morir a enfermos terminales, preservando, hasta donde sea posible, la dignidad del afectado y la de los suyos.

Canadá se suma al pequeño grupo de países que avalan una u otra práctica. La escueta lista refleja el triunfo de la contumacia y de la falta de diálogo sobre el tema más crucial de la vida: el derecho del ser humano para terminar con su vida. Razones políticas, religiosas y falta de compromiso médico hacia los pacientes terminales son las (sin)razones que impiden que la eutanasia y el suicidio asistido sean ejercicios humanos aceptados como lo son las cirugías de vesícula, los cateterismos o la prescripción de fármacos para tratar diabetes mellitus.

Cuando se habla de eutanasia, intento entender las razones de políticos y religiosos: todo es válido con tal de salvaguardar la trinchera; decir no a la eutanasia suma votos. No comprendo, en cambio, a la mayoría de los galenos, cuya ineptitud para confrontar el mayor reto médico, acompañar y ayudar a morir, es evidente. Alejados de la filosofía de la medicina y embelesados por la tecnología médica, ni les interesa el tema ni cuentan con las herramientas humanas y éticas para incluir en su bagaje las palabras eutanasia y suicidio asistido. El encarnizamiento terapéutico —seguir tratando a enfermos sin esperanzas— surge cuando la sociedad no exige respetar sus derechos y los médicos no se comprometen con sus pacientes.

Eutanasia es el acto o método que se aplica para producir la muerte sin dolor y finalizar con el sufrimiento en pacientes terminales y sin esperanza. Eutanasia activa implica la finalización deliberada de la vida por medio de una terapia encaminada a procurar la muerte. La eutanasia pasiva reviste dos formas: la abstención terapéutica —no se inicia el tratamiento— y la suspensión terapéutica —se eliminan los tratamientos iniciados. Para quienes sufren y no hay esperanza, la eutanasia activa es “más humana” que la pasiva: finaliza antes el sufrimiento y las vejaciones innecesarias. La eutanasia activa se aprobó en Holanda en 2001, en Bélgica en 2002 y en Luxemburgo en 2009.

El suicidio asistido consiste en proveer al interesado los medicamentos adecuados para terminar con su vida. El médico funge como guía pero es el enfermo quien decide cuándo y dónde ingerirlos y quiénes serán sus compañeros en el momento final. En Suiza existen dos agrupaciones que practican el suicidio asistido, Exit, avocada sólo a ciudadanos suizos (fundada en 1962), y Dignitas, establecida en 1998 y que ayuda a morir a extranjeros que cumplan los requisitos de la clínica. Debido a la imposibilidad de contar con ayuda en sus países natales, entre 2008 y 2012, 611 extranjeros terminaron su vida en la clínica Dignitas. A diferencia de DignitasExit no cobra por la asistencia.

Estados Unidos es el segundo país donde el suicidio asistido es legal. En Oregon se aprobó la ley en 1997 y posteriormente se avaló en Washington, Montana y Vermont. La experiencia recogida en Oregon ha demostrado ser exitosa; en contra de las opiniones de los detractores de la eutanasia, con el paso de los años los casos no han aumentado “dramáticamente”, además, ahora, los médicos han ahondado en el tema y se ocupan con más ahínco de los enfermos terminales.

El reducido número de países donde la eutanasia y el suicidio asistido son aceptados demuestra el peso de sus antagonistas, políticos y religiosos. Son cómplices de ese impassela sordera médica y su embelesamiento por la tecnología. Vivir con dignidad y morir con dignidad debería ser meta fundamental de la medicina. Bien lo dijo Petrarca: “Un bello morir honra toda una vida”. Las iniciativas canadiense y francesa son bienvenidas; con suerte contagiarán a otras naciones. Cuando la muerte es necesaria, precipitarla y acompañar al doliente rescata la dignidad de quien muere y de quienes lo acompañan.

Dignidad es un término complejo. Eutanasia es quizás la acción que más se asocia y motiva la reflexión sobre el concepto dignidad. Las definiciones de los diccionarios no ayudan. Las de la Real Academia Española, cuando se trata de seres humanos, no sirven. En su Diccionario de la lengua española enumeran ocho conceptos. Copio tres: 1. Calidad de digno. 2. Excelencia, realce. 3. Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse. Los restantes poco ilustran.

El tema es complejo. Son varios los motivos. El fundamental es la mirada que cada ser humano tiene acerca de su vida, de su amor propio, y de los medios y formas gracias a los cuales “vive su existencia” y confronta sus problemas. Otros factores provienen de las modificaciones asociadas al envejecimiento. La dignidad de un joven no corresponde a la de un viejo; el primero, cuando la situación social lo permite, finca sus esfuerzos en conseguir los medios para instalarse en la vida. Los ancianos buscan acomodar las pérdidas propias de la edad a la realidad y se esmeran en contar con suficiente dinero para sortear sus problemas de salud y manutención para no depender de otros.

Economía y dignidad se entrecruzan. Para los pobres subsistir es el reto; resolver los avatares cotidianos —comer, medicamentos, agua en casa— es lucha diaria. En esa lid, la dignidad tiene otras lecturas, todas supeditadas a la supervivencia. Brecht tiene razón, “Primero comer, después la moral”. Las personas adineradas tienen más oportunidades de construir su dignidad y de ocuparse, o no, de la dignidad de los otros; pueden pensar en eutanasia, los pobres no: son víctimas de “eutanasia social” —morir en la calle, dejar recién nacidos en la vía pública—, y carecen de dinero para atenderse en unidades de terapia intensiva.

Es falso el precepto del artículo 1 del Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948): “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. La idea es falsa: derechos y dignidad están determinados por las condiciones socioeconómicas de los progenitores. Cuando pienso en eutanasia, pienso en dignidad y en derechos humanos. Cuando reflexiono sobre dignidad ante la muerte y en eutanasia recurro a Kant.

La segunda fórmula del imperativo categórico se refiere a la dignidad humana: “Obra de manera de tratar a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de otro, siempre como un fin y nunca sólo como un medio”. Kant agrega: “Lo que tiene un precio puede ser sustituido por cualquier cosa equivalente; lo que es superior a todo precio, y que por tanto no permite equivalencia alguna tiene dignidad”.

Los seres humanos son en sí mismos un fin, carecen de valor relativo —no tienen precio—, y tienen, en cambio, un valor intrínseco, esto es, dignidad.

Eutanasia y dignidad constituyen un binomio inseparable. Solicitarla, y llevarla a cabo es la decisión más compleja para cualquier ser humano. Quien pide morir enaltece dos valores fundamentales: autonomía y libertad. La autonomía es uno de los principios de la bioética. La dignidad humana, pensaba Kant, es una cuestión ética que radica precisamente en la autonomía.

Reescribo con otras palabras. Cuando la vida se agota y la muerte se prolonga, es necesario repasar la vida, hacer un alto, sumar y restar. Si la irreversibilidad de la enfermedad sepulta dignidad y autonomía, morir con la frente en alto es una opción válida. Aquel que ejerce su autonomía y precipita el final —mejor acompañado y asesorado—, enaltece su dignidad y sus valores. Recurro a Petrarca: “Un bello morir honra toda la vida”. Con Petrarca escribo: La vida es un derecho, no una obligación.

“No paro de morir…”, “Sólo soy pedazos…”, “La muerte es mía, de nadie más. Me pertenece…”, “Soy una viuda de la vida…”, “No hay cómo suturar mis heridas. La muerte me aguarda…”, son palabras de enfermos cuya vida no era vida y cuya dignidad, cobijada por su autonomía, los condujeron, acompañados, al final.

El mayor reto de la vida no es la muerte; la decisión y el proceso de morir es el verdadero problema. Ante el imparable peso de la tecnología, y la maravillosa aparatología capaz de mantener a enfermos graves por tiempo indefinido, es fundamental cavilar en ese intríngulis. No se trata de denostar a la tecnología. El meollo es darle Voz al enfermo.

Definir los límites de la vida y de la medicina cuando existir carece de sentido es tarea compleja. Entre una vida sin vida y una medicina que en ocasiones no sabe cuándo detenerse, queda el ser humano, dueño de sus bienes más preciados, su vida, su muerte.

Arnoldo Kraus
Médico. Profesor en la Facultad de Medicina, UNAM. En 2013 publicó Decir adiós, decirse adiós (Mondadori). Este año, SextoPiso publicará Recordar a los difuntos.

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