“Somos felices cuando creamos algo, no cuando vamos de compras”, Lipovetsky

“Somos felices cuando creamos algo, no cuando vamos de compras”, Lipovetsky

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El reconocido filósofo francés estuvo en México para promover su nuevo libro La estetización del mundo y platiqué con él. Es provocador y, sí, muy interesante. Dice que el arte ha salido de los museos para tomar la calle y los escaparates. Que si antes sólo los artistas tenían oportunidad de crear, hoy todo el mundo puede escribir, cantar o hacer un video, en lo que significa una democratización positiva del arte. Que el capitalismo no es el sistema infernal que prostituye todo lo que toca. Son los lentes a través de los cuales Gilles Lipovetsky propone leer el mundo de hoy.

Sociólogo y filósofo francés, es uno de los estudiosos más importantes de la sociedad actual. Luego de libros importantes para entender la realidad contemporánea, como La era del vacío y El imperio de lo efímero, recientemente estuvo en México para presentar su nuevo volumen, La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico (Anagrama), hecho en conjunto con Jean Serroy. Tuve oportunidad de conversar con él al respecto. En pocas palabras, el volumen matiza la crítica casi unánime hacia el capitalismo, que lo condena como un sistema que a través del hiperconsumo empobrece la vida y pervierte el arte. En cambio, Lipovetsky plantea que la sociedad capitalista incorpora la exigencia estética (es decir, el consumidor quiere productos bellos, que toquen su sensibilidad), la exigencia utilitaria (que además funcionen) y la económica (sus creadores quieren buenas ganancias por ellos, además de que sin cesar lanzan productos mejorados que desplazan a los anteriores).

Es decir, de acuerdo con el filósofo francés hoy no es clara la frontera entre economía, moda y arte, porque el individualismo despierta el gusto estético y seduce a través del diseño de productos atractivos. Antes de 1950, por decir algo, lo importante era la “función”, no interesaba tanto que los productos fueran bellos. Ahora el paradigma es distinto: todo, desde los lentes de sol hasta los coches, las plumas y el papel de baño tienen un diseño atractivo, para vender deben seducir. Esa combinación entre rentabilidad y valores estéticos tiene puntos en contra: por ejemplo, el consumo como único satisfactor de vida genera personas frustradas e insatisfechas. Sin embargo, también tiene ángulos positivos, como la democratización del arte. Hoy se reconoce que todo el mundo tiene una sensibilidad, no sólo los artistas encumbrados. “Dejemos de satanizar el consumo pero tampoco lo hagamos un dios”, dice.

Aquí, cuatro extractos de la conversación que tuvimos en torno al libro.

La seducción de elegir

El sistema capitalista ofrece la libertad de escoger. Algunos insisten en que esa libertad es peligrosa y sí, implica riesgos, pero no de forma sistemática. Junto a las fashion victims, los adictos al consumo y el servilismo de los adolescentes por los tenis de moda está la opción que tenemos todos de decidir dónde ir de vacaciones, por ejemplo. Cada quien puede elegir el lugar que prefiera. Además, el individualismo provoca menos presión social que la que había en épocas pasadas.

Hoy uno se viste como quiere, puede crear su propio universo y la crítica no tiene la importancia de antes, cuando había un juicio real. En cierta forma, en la actualidad la presión por consumir es más fuerte porque roza todos los ámbitos, todo se puede comprar, pero en un nivel de más detalle es menos fuerte. Es, al mismo tiempo, ambas cosas. Aunque el individuo está obsesionado por comprar y el consumismo lo invade, puede comprar lo que quiera. Ése es un rasgo complejo de la hipermodernidad.

Un mundo cada vez más estético

Estoy convencido de que, en el futuro, el diseño estará aún más presente en todos los productos de consumo. Veo tres tendencias a corto plazo, que ya se anuncian: 1. La gente demandará que los productos sean cada vez más bellos, es decir, habrá una mayor universalización de la demanda estética. 2. La creación carecerá por completo de un eje, distintas tendencias van a coexistir. En parte ya lo vemos, todos los estilos son posibles: lo japonés minimalista, el kitsch y el barroco viven lado a lado. Ninguno es más válido que el otro. Hay marcas de moda muy estrictas en su propuesta, pero también hay otras muy eclécticas. 3. El mercado creativo ya no se limitará a Europa o Estados Unidos, como hasta hace poco. Hoy hay Fashion Weeks en muchos países, además de que diseñadores y cineastas hacen un trabajo destacado en México, en China, en Corea. La creación estética se ha planetarizado.

La calidad es un buen negocio

Vivimos en un sistema de superproducción cultural. Se filma y se publica más que nunca, pero pocos se hacen ricos con lo que crean. Hay tanta producción que un libro que no tiene éxito pierde visibilidad pronto y, en el mejor de los casos, lo consume un público pequeño. El mercado es desafiante, nadie lo controla. Pero el asunto tiene otro ángulo: está la necesidad de formar el gusto de la gente, enseñarle distintas opciones, y ésa es tarea de la familia, la escuela, los medios, el Estado. No se le puede pedir a un sistema de mercado que se preocupe por la cultura. No es su lógica. Las empresas quieren ganar dinero y eso no me parece indigno: es su objetivo. Por otro lado, no todo lo que vende bien es malo. Por ejemplo, las películas excelentes suelen ser un negocio redondo. Otro caso es Apple: una gran calidad resulta en números extraordinarios. Y ahí hay un reto que sí involucra al capitalismo: hacer entender a quienes toman las decisiones económicas que la calidad es positiva para el negocio, que funcionan bien los productos buenos y, además, atractivos.

Todo el mundo es artista

Creo necesario analizar las sociedades no sólo a partir de alta cultura, sino sobre todo de la cultura media. Ésa es la importante, porque toca a millones. En ese sentido, en la sociedad capitalista actual todo el mundo se ha vuelto artista. Cualquiera escribe, canta, toma fotos y hace video en busca de la felicidad que no encuentra yendo de compras. En cambio, desde Platón la alta cultura es un fenómeno de minorías. No sé si un día Heidegger sea leído por las masas, pero hoy interesa a unos pocos. ¿Es escandaloso? No estoy seguro, la alta cultura siempre ha sido de élite. La violencia y la injusticia sí son escandalosos, y también el hecho de no poder decir lo que uno quiera. En cambio, lo que sí me molesta es que la vida de una persona se dedique sólo a comprar y seguir la moda, es desagradable porque el ser humano no se reduce a su ángulo consumista. Hay que favorecer las aspiraciones creativas de la gente, hacerle ver que la creación aporta bienestar. Y no hablo sólo de quienes hacen grandes obras, sino de cualquiera. En ese sentido, la sociedad individualista favorece la expresión personal y sus productos la hacen posible: hoy están al alcance de todos cámaras, sintetizadores, guitarras, hasta la autoedición. Eso es muy positivo.

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