“La banalidad del mal en la prensa mexicana en 1968”

“La banalidad del mal en la prensa mexicana en 1968”

Participación de nuestro director editorial en el Foro El papel de la prensa en 1968 en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

José Luis Camacho López.- Preámbulo: En las conclusiones del Foro sobre el Papel de la Prensa en 1968 realizado el viernes 13 de abril en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales donde soy profesor de asignatura,  sostuve que el origen del movimiento  estudiantil en ese infausto año para la sociedad mexicana estuvo centrado  en el conflicto de poder entre quienes aspiraban a suceder en la presidencia de la República a Gustavo Díaz Ordaz en las elecciones de 1970. Los colegas Humberto Musacchio y Jorge Meléndez Preciado discreparon de esta versión y la adjudicaron a un movimiento de masas y a la influencia que tuvo de los movimientos estudiantiles realizados en Francia. Yo mantengo mi versión. En esa fecha yo era reportero de la revista Cuarto Poder en ese año, un medio impreso que publicó en su portada la fotografía de Gustavo Guardiola en el momento en que un paracaidista con una bazuca derribó la puerta del histórico edificio de San Ildelfonso.

Ese extraño 26 de julio de 1968,  que este año cumple cincuenta años, estalló un movimiento político que terminó con  la masacre del dos de octubre de ese año. Desde mi punto de vista, ese movimiento político se inició desde las entrañas del gobierno de Díaz Ordaz y el mismo gobierno  lo liquidó el dos de octubre con la matanza en la plaza de las Tres Culturas en la unidad Habitacional Nonoalco-Tlaltelolco, días antes de la celebración de los Juegos Olímpicos celebrados en el país.

La versión de la disputa del poder entre miembros del gabinete de Díaz Ordaz, entre ellos Luis Echeverría, Alfonso Corona del Rosal,   que  alcanzó  el uso del Ejército, sobre el origen de ese movimiento que involucró a estudiantes del Politécnico y de la Universidad Nacional Autónoma de México y de otras instituciones educativas de educación superior del país, partidos políticos y organizaciones sociales,  me fue confirmada por periodistas de esa época que cubrieron ese movimiento, Félix Fuentes, Fausto Fernández Ponte y  Roberto Rodríguez Baños. Ese movimiento nada tuvo que ver con los movimientos estudiantiles registrados en Francia ni de su influencia que no pasaba más de repetir algunas de sus consignas escritas en la Universidad de La Sorbona.

El México de ese momento desarrollaba su vida entre el contexto de la llamada “guerra fría” entre los dos grandes bloques mundiales encabezados por Estados Unidos y la desaparecida Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. El gobierno de Díaz Ordaz, dado su carácter anticomunista y de derecha,  aprovechó ese movimiento para desencadenar una feroz persecución de los disidentes políticos, especialmente del Partido Comunista Mexicano, y lo más lamentable fueron sus encarcelamientos y la tortura que sufrieron;  y las desapariciones y los asesinatos de estudiantes, obreros, campesinos, padres y madres de familia, entre el 26 de julio y el dos de octubre en ese absurdo año.

El papel banal de la prensa mexicana, de una prensa sobornada,  su censura y autocensura,  durante los sucesos de 1968 respondió a  su abyecta dependencia, plena subordinación al  unívoco poder presidencial. En las manifestaciones de estudiantes por Paseo de la Reforma en ese año frente al edificio del periódico Excélsior, el grito era unánime: “prensa vendida…”

Por la importancia que aún  tiene  ese movimiento de 1968 para la vida presente del país, les comparto el texto que preparé para ese Foro sobre el papel de la prensa en 1968, del cual tomé algunos de sus párrafos, pero la versión completa se las comparto a los lectores de TE, el diario de las personas mayores.

Comprender es investigar

Hanna Arendt sostenía que comprender es investigar. Esta filósofa de origen judío-alemana  realizó uno de los reportajes más polémicos de un  juicio  en los tribunales de Jerusalén,  de Adolf Eichmann,  uno de los autores del genocidio de población judía  durante la segunda guerra mundial, entre 1939 y 1945. Hanna describió en este largo reportaje publicado  en la primavera de 1963  en la revista The New Yorker,   a este  burócrata nazi como un personaje común  que simplemente actuaba y cumplía sus funciones conforme al marco administrativo  del nazismo,  de llevar a cabo la “solución final”,  que implicó en los campos de  exterminio los asesinatos de  los seis millones de personas de origen judío, de minorías raciales y disidentes políticos.

Hanna investigó por qué Eichmann actuaba así, sin perversidad, simplemente  porque para este burócrata nazi las cosas eran así, administrativamente organizar el traslado en  los trenes a miles de judíos, minorías raciales y disidentes a los campos de concentración donde eran exterminados  en masa en las cámaras de gas o muertos a tiros.

Algo similar ocurrió en 1968 con la prensa mexicana. Los periódicos, principales medios de comunicación, actuaron banalmente. En las páginas de los periódicos, que por entonces eran los principales medios de comunicación de la sociedad mexicana, sus comportamientos informativos y de opinión llegaron a acreditar y celebrar  las persecuciones policiacas, las detenciones arbitrarias de miles de estudiantes y disidentes políticos, y la intervención del ejército en la represión del movimiento estudiantil de ese año mexicano.

Cómo y por qué actuó la prensa con esos diferentes grados de silencio, ocultamiento, censura y franca subordinación al hegemónico poder público del gobierno de la República que estaba en manos del Partido Revolucionario Institucional.

Si seguimos el trazo del método de Hanna Arendt es posible acercarnos a comprender los comportamientos de la prensa mexicana en ese infausto año. Aunque comprender, como dice Hanna en uno de sus escritos, el “comprender se funda en el saber”  y comprender no significa “negar lo que nos indigna”, “mirar la realidad cara a cara y hacerle frente de forma desprejuiciada y atenta, sea cual sea su apariencia”.

¿Por qué comprender a la prensa de 1968? Porque esto nos obliga a comprender lo que ocurre actualmente en los medios de comunicación de la segunda década del siglo XXI, como por ejemplo la forma como actúan en el marco de la sucesión presidencial de este año en México. Esta comprensión nos permite contrastar si los modernos o posmodernos medios de comunicación mexicanos se desarrollan en los  marcos  de la llamada  pos verdad o nos encontramos con el ejercicio de los derechos a la información y de opinión que forman parte del cuerpo de los derechos humanos inscritos en la Constitución General de la República.

Semanas antes,  de esos extraños sucesos en los días 23, 24, 25 y 26 de julio de 1968, que desataron el movimiento estudiantil de ese año  a partir de una gresca banal entre dos grupos de pandillas de porros de la vocacional 2 del Instituto Politécnico Nacional y de una preparatoria privada, la “Issac Ochoterena”, ubicada cerca de los rumbos de la plaza de la Ciudadela*, los periódicos celebraban  ese  siete de junio una reunión con el presidente Gustavo Díaz Ordaz el clima de libertades para los editores, los periodistas y colaboradores de los periódicos.

Era el siete de Junio de 1968, El Día de la Libertad de Prensa instituido 17 años antes por el presidente Miguel Alemán. El presidente Díaz Ordaz  elogiaba y reiteraba “la libre manifestación de las ideas, en general y la libertad de prensa y el acceso a las fuentes de información, en particular, son conquistas de una larga lucha y merecen mi mayor respeto y entusiasmo…”

En esa reunión,  Díaz Ordaz  mencionó posturas editoriales de Excélsior, El Heraldo de México, “Últimas Noticias” de su primera edición, de “El Día”, de  “El Sol de México” del “Novedades”, del “Ovaciones”, de “La Prensa”, de “El Universal”, de la “Revista Siempre”, de la “Revista Tiempo”; textos editoriales que habían sido publicados en años recientes  sobre la libertad de prensa en México. Díaz Ordaz llegó a mencionar  a Francisco Zarco, de la pobreza en que murió y rendir  en la memoria del periodista liberal juarista del siglo XIX, un homenaje a “la prensa de todos los tiempos, a la que se ha afanado por construir una patria mejor y por servir con más eficacia a nuestro pueblo”.

Díaz Ordaz se quejaba de los periodistas que callaban indebidamente, desinformaban o deformaban, de los que hacían de la “labor informativa una tarea de escándalo ilegítimo, de morbosa explotación de los sentimientos bajos, o de imprudencia riesgos que sin derecho daña el orden público, o los intereses de terceros”. Y desde luego elogiaba a los periodistas que ofrecían a sus lectores, lo “objetivamente verdadero, oportuno, íntegro, sin mutilaciones aviesas, honesto, conveniente al bien común, y substancialmente justo en lo que se dice y en cómo se dice; los que saben conjugar la libertad con la veracidad y a ambas con la justicia…”

Fue una larga perorata.   Díaz Ordaz llegó a elogiar a los periodistas que se convierten en “sacerdotes de la verdad”, “los que tienen siempre la verdad como norma, la justicia como criterio, por esencia el  más acendrado amor a la patria y que se afanan por alcanzar la solidaridad humana y hacer posible la paz”.

Esa santísima verdad, esos inmaculados sacerdotes de la verdad, tuvieron  su imprevisto examen durante el transcurso del movimiento estudiantil de 1968. Reporteros, editorialistas y editores se vieron confrontados por ese discurso diazordazista del 7 de junio. Sucumbió la verdad oficial y los periódicos quedaron al desnudo. Era una prensa vendida.

¿Por qué?

Porque era una prensa subordinada. Su historia de subordinación más reciente de esa época se inició en el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, entre 1934-1940, cuando se instituyen las oficinas de prensa, las concesiones para la radio y después a la televisión;  porque se crea el organismo que les proporcionaba  el principal insumo de los periódicos que es el papel, la Productora e Importadora de Papel S.A, de C.V., en cuya administración participaban los mismo editores que los funcionarios de la empresa y de la secretaría de Gobernación. Y un agregado más, la publicidad gubernamental, los subsidios y las relaciones entre los medios de comunicación y el gobierno que aún se encuentra en el mundo de las opacidades, los vínculos entre el fisco y las empresas de comunicación,  los perdones de las deudas, los pagos en dación.

¿Cuál era el contexto de  la economía nacional en 1968?

El país transitaba en el contexto de una política aparentemente exitosa denominada  como  desarrollo estabilizador que venía desde los años cincuenta, una política  que se caracterizaba, por  “un crecimiento con estabilidad  monetaria y de precios, un desequilibrio externo de naturaleza semiestructural y de sustitución de bienes  de bienes  intermedios y de capital y de un proteccionismo estatal orientado a la industrialización  por la vía de la sustitución de importaciones”, que nos sintetizan Paulina Fernández Christlieb y Octavio Rodríguez Araujo, profesora y profesor  de esta Facultad en su libro “en el sexenio de Tlaltelolco (1964-1970)”.

En realidad si vemos por ese escueto diagnóstico económico, el país no se encontraba en una situación al borde de un estallido social, aunque existían ciertamente disidencias, inconformidades, se criminalizaba la protesta social y política; y aunque persistían desigualdades sociales semejantes o más agravadas como las del México actual, con su más de la mitad de la población en condiciones de severas condiciones de vida de empobrecimiento y de miseria, no había las condiciones de otra revolución social en el país que era un sueño utópico.

En el contexto mundial, México se encontraba en medio de la llamada “guerra fría” entre los dos grandes bloques que formaban los países capitalistas encabezados por los Estados Unidos y los de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, y de un rabioso anticomunismo  que se expresaban en las páginas de diarios como “EL Sol de México”, “Novedades” o “El Heraldo de México”.

Nuestro país, en un acto de enorme dignidad del gobierno de Adolfo López Mateos (1958-1964),  a pesar de las duras presiones del gobierno de los Estados Unidos,  había logrado mantener relaciones y el reconocimiento del gobierno socialista de  la Revolución Cubana y  en una región dominada por las dictaduras de derecha y de los golpes militares de Estado en América Latina y en el Caribe contra cualquier aspiración democrática.

A pesar de la uniformidad en los diarios mexicanos de esa época, había un diario, El Día que se significaba por una política editorial e informativa cercana a los movimientos de reivindicación en los países de la región latinoamericana y del Caribe, fundado en junio de 1962 durante el gobierno del presidente Adolfo López  Mateos, un periódico que a través de su primer editorial “El Camino y la Meta” fijó su rumbo en una geografía de la comunicación dominada por el anticomunismo.

Se trató de una cooperativa editorial fundada militantes del Partido Comunista y del Partido Popular. Su orientación estaba muy definida como un medio que militaba a favor de las causas sociales de la población mayoritaria del país, su lema era “Vocero del pueblo de México”. Sin embargo, ese periódico, con una economía interna limitada,  precaria y dependiente,  quedó atrapado por la política totalitaria ejercida por el gobierno del presidente Díaz Ordaz. Quedó asfixiado,  la vida en su redacción era tensa entre los reporteros y los responsables de la edición,  pero este diario de esa época encontró una manera de remontar ese duró escollo con la publicación  de las expresiones del movimiento estudiantil en sus páginas a través de desplegados, inserciones  que llegaban a pagar los propios estudiantes. Estudiantes de esa época como el profesor Leonardo Figueiras Tapia, de nuestra Facultad,  recuerdan cuando iban a la redacción de ese diario, por entonces en la calle de Insurgentes 123, a llevar sus comunicados. Este relevante hecho lo reconoció plenamente el puntual y exhaustivo historiador Humberto Musacchio López  en su intervención en ese Foro.

¿Pero quién era Díaz Ordaz? Un político originario de una modesta población de Puebla, de San Andrés Chalchicomula, quien desde inicios de su gobierno había prometido gobernar con respeto a las libertades individuales, sin cortapisas de la de expresión de sus pensamientos, pero ni al margen ni por encima de la ley. Un presidente que  sostenía respetar los pactos de México con el gobierno de Joao Goulart, de Brasil, antes del golpe de estado militar que derribó al presidente brasileño, de mantener relaciones con Cuba.

Los sucesos de julio a octubre de 1968 revelaron un presidente duro, intransigente, conservador y anticomunista. La prensa en general siguió su doctrina de ver manos extrañas, agitadores, fuerzas antinacionales y extranjeras que llegó a compartir el propio general Lázaro Cárdenas en una entrevista con “El Día” del 6 de octubre de 1968, después de la masacre del dos de octubre en la plaza de Tlaltelolco.

En los diarios mexicanos hubo dos breves excepciones en el manejo de la información sobre el movimiento estudiantil, uno fue curiosamente el ultra-anticomunista “El Heraldo de México”, al publicar la fotografía del paracaidista que derribó las puertas de la Preparatoria de San Ildefonso en su edición de la portada del 30 de julio de 1968 y la del periódico La Prensa, en su edición del 3 de octubre de 1968. La fotografía de “El Heraldo” fue de Gustavo Guardiola que reprodujo en su portada la revista donde yo era reportero, “Cuarto Poder”. La otra excepción fue la nota que escribió el reportero Félix Fuentes, cuya narración la documenté en la revista “Zócalo”, en su edición del septiembre de 2008, número 103.

Estos párrafos son parte de esa narración:

Cuando el reportero Félix Fuentes se tiró al piso, junto a él estaba inerte el cuerpo de una mujer con el cráneo destrozado. Dos horas después, en el quinto piso del edificio de La Prensa, en Basilio Badillo, no se aguantó y lloró. Sus compañeros lo rodearon: “¡A ver, cálmate!”, le decía el reportero Mauro Jiménez Lazcano, quien después fue jefe de prensa del presidente Luis Echeverría, “cuéntanos despacio: ¿qué pasó, pollo? ¿Cómo estuvo? ¿Que hubo una balacera?” Lo habían rodeado un grupo de reporteros, todos con la misma pregunta.

Junto a él reporteros de información general y de deportes: Jorge Herrera, Fausto Zapata, quien fue Jefe de Prensa del presidente Luis Echeverría; Jacobo Moret, Fernando Marcos, entre otros miembros de la redacción. Fuentes contuvo las lágrimas. Lo dejaron solo sus compañeros y tras contenerse, se dirigió a la oficina del director Roberto Ramírez Cárdenas, quien se encontraba en pleno estado de ebriedad.

— ¿Cuál es la línea?, preguntó Félix, a quien Manuel Buendía comisionó en 1960 las fuentes policiacas: la Jefatura de Policía y la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. Fuentes, entonces de 35 años, volvió a preguntar al director del periódico: “¿cómo quiere la nota?”

— ¡Ay, ay, Félix! Escriba lo que le dé la gana. ¡Qué bien que ya les están dando en la madre a esos pinches comunistas! Ya vi las fotos, ahí está el cabrón de Augusto Corro (otro reportero de La Prensa) junto a los del comité de huelga, respondió el director entre balbuceos y con la voz pastosa.

—Bueno, pero ¿qué tanto hay que decir?, volvió a preguntar Félix. El director Rodríguez Cárdenas se volteó y ya no respondió.

Félix se fue al escritorio y empezó a teclear en la destartalada Remington. Puso su nombre al principio de la cuartilla de papel rotopipsa, y escribió la entrada: “En los momentos en que un líder huelguista provocaba los aplausos de diez mil personas mediante sus ataques a la Cámara de Diputados, un helicóptero arrojo luces de bengala sobre la Plaza de las Tres Culturas y unos cinco mil soldados dispararon sus armas para provocar el pánico en la multitud.”

Las teclas y el rodillo de la carchachona Remington de Félix Fuentes se movían de un lado a otro con rapidez. Escribía con dos o tres dedos. Fuentes dejo la carrera de agrónomo que cursaba en Chapingo e ingreso en la redacción del ABC en 1959, por consejo de un tío periodista, Vicente Fuentes Díaz. Meses después, tras cubrir una nota en exclusiva sobre los famosos asesinatos de Mercedes Cassasola, una conocida prestamista, y de su amante, ocurridos el 13 de septiembre de 1959, Manuel Buendía “se lo jaló” para La Prensa con 65 pesos diarios de salario, el ingreso más alto en la redacción del periódico fundado como cooperativa en los años treinta.

Félix fue suspendido indefinidamente. El director Ramírez Cano hizo recaer en el reportero la responsabilidad de la nota. “¡Félix nos metió un gol!”, le dijo a Santaella para deslindar su responsabilidad. Al presidente de la cooperativa de La Prensa le llegaron llamadas del secretario de Gobernación, Luis Echeverría; de Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional; del procurador Julio Sánchez Vargas; del jefe del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal; y del presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien era su paisano y amigo. Santaella era oriundo de Puebla como Díaz Ordaz.

Félix Fuentes calcula que fueron entre 150 y 200 los muertos en Tlatelolco, entre niños, mujeres y jóvenes. Oficialmente, el gobierno de Díaz Ordaz aseguró que fueron 32 las víctimas de la masacre. Con Fuentes coincide el también reportero Fausto Fernández Ponte: se ocultó la información de las víctimas. En general, los reporteros veían sus notas recortadas, fundidas con otras informaciones o de plano censurado o autocensuradas. Las informaciones en Excélsior se matizaban.

Se matizaban. ¿Pero por qué actuaba así la prensa de esos días? Había reporteros cubriendo los hechos, había información en las meses de redacción, los editores estaban al tanto de los sucesos, entonces qué pasó por las direcciones de los periódicos, En la narración de Rodolfo Rojas Zea, reportero de El Día, a Emilio Viale, en una entrevista en el periódico La Crónica de Hoy, del 2 de octubre del 2002, están parte de las respuestas. Su nota fue censurada. Rojas Zea acompañaba a la periodista italiana Oriana Fallaci, quien fue herida esa tarda del dos de octubre de 1968.

A diferencia de las informaciones cortadas, censuradas, tiradas a los botes de basura de las jefaturas de redacción, los periodistas, casi todos veteranos,  de agencias internacionales, Prensa Asociada, de diarios y revistas como Paris Match, Le Monde, The Guardian, Europa Uno,  Depeche Du Midi, Le Figaro, Le equipe, quienes venían a cubrir los juegos olímpicos, difundieron versiones radicalmente diferentes a las de los periódicos mexicanos. Dada esa información negativa para la imagen del gobierno mexicano, de ahí nació la agencia Notimex y no por otra cosa, lo demás es un mito como el de Radio Educación que renació en noviembre de 1968.

Pero volvamos al por qué actuaba la prensa mexicana con esos rasgos de banalidad del mal que describió Hanna Arendt sobre el perfil de Eichmann y sus funciones de cumplir simplemente órdenes.

Las respuestas las encontramos en esa ominosa dependencia que hizo que al reportero Rodolfo Rojas Zea le tiraran su nota sobre la masacre del dos de octubre y las fotografías de los reporteros gráficos, una relación entre la prensa y el gobierno de estrecha y casi absoluta dependencia a partir de lo que mencionábamos sus oscuras relaciones en las dotaciones de papel, de favores fiscales, pagos en dación, publicidad como premios, filtraciones, concesiones de radio y televisión, negocios  paralelos de los editores, relaciones que en parte permanecen en los medios de comunicación del siglo XXI, y que se ratifican en la reciente legislación sobre la dotación de la publicidad gubernamental preferencial a los diferentes espacios de los medios de comunicación, diarios, espacios de noticiarios, revistas, etcétera.

Ese tipo de atroz dependencia intentamos romperla en “El Día”, del cual fui yo director, entre 1993 y 1998,  a través de una nueva estrategia económica y financiera. Empezamos a pagar impuestos federales y locales, las cuotas al IMSS, nuestro papel, y con la adquisición de un tren de encuadernación y una prensa plana, ya teníamos dos prensas Harris, pero no nos dejaron, imprimir libros de texto para que la empresa tuviera otras fuentes de ingreso y no solamente la publicidad gubernamental que se nos regateaba.

Un artero golpe organizado desde una mal llamada fraternidad de reporteros, el 21 de noviembre de 1998, yo digo sicarios que se encerraron en las instalaciones de la empresa cooperativa, en Insurgentes Norte 1210, apoyados por fuerzas políticas dentro del gobierno del ingeniero Cárdenas cuando era el primer Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, hicieron una asamblea con gente ajena, esquiroles,  de supuestos cooperativistas;   despojaron de los cargos de representación a los legítimos representantes de la cooperativa, y ahí acabó por morir  El Día. Arrojaron a la calle a personas trabajadoras que en su mayoría eran mujeres, y llevaron a la total quiebra a la empresa. Se repartieron los dineros de la empresa, en bancos y cobranza efectiva. Cuando recuperamos por la vía legal a la empresa en febrero de 2004 con el apoyo del doctor Nestor de Buen, nos encontramos con un escenario desolador, una deuda fiscal de 70 millones de pesos, la maquinaria con la cual teníamos el proyecto de imprimir libros de texto   echada a perder;   saqueadas  hasta las tasas de los baños y las ollas de la cocina, ni un solo vehículo, y el edificio de Insurgentes Norte 1210, el primer domicilio propiedad de la cooperativa, totalmente deteriorado;  una biblioteca de cinco mil libros destruida;  hechos que hacían imposible su recuperación como cooperativa. Un vivales se aprovechó de esa desgracia  y les ofreció a los cooperativistas que sobrevivieron unos diez millones de pesos que nunca les pagó, cuando en 1998 esa cooperativa tenía activos por noventa millones de pesos. Los defraudó y se apoderó de las instalaciones y del periódico El Día, que por ahí anda rengeando. Una pena cuando la sociedad mexicana  y el  país requieren  de otro tipo de periodismo, por encima de los intereses de poder que dominan aún a  los medios de comunicación en México.

*Para una información con mayor detalle les sugiero la lectura del primer libro, en su cronología, de Ramón Ramírez, El Movimiento Estudiantil de México Julio-diciembre de 1968, editorial ERA.

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