Es un triunfo del diálogo y la democracia: Peña Nieto
Textos de los discursos pronunciados por el presidente Enrique Peña Nieto, el senador Roberto Gil Zuarth, el diputado Jesús Zambrano Grijalba y el ciudadano Miguel Ángel Mancera Espinosa, Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, durante la promulgación de la Reforma Política de la Ciudad de México hecha en Palacio Nacional el viernes 29 de enero de 2016
Es un triunfo del diálogo y la democracia: Peña Nieto
Ciudad de México, Palacio Nacional, 29 de enero de 2016.
Palabras del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos licenciado Enrique Peña Nieto, durante la Promulgación de la Reforma Política de la Ciudad de México.
Hoy concluye, como lo han expresado quienes me han antecedido en el uso de la palabra, sin duda, un proceso histórico.
Gracias al acuerdo de los partidos políticos, se ha hecho realidad un anhelo largamente esperado: el que la Ciudad de México sea reconocida como una Entidad Federativa, con verdadera autonomía.
Este logro es un triunfo del diálogo y de la democracia. Pero, sobre todo, es un triunfo de los habitantes de la ciudad.
La Reforma Política de la Ciudad de México es, también, otro logro del Pacto por México, que permitió a todas las fuerzas políticas construir acuerdos para el avance de nuestra Nación.
La Reforma Política, que hoy habré de promulgar, es muestra clara de que, más allá de las diferencias políticas, es posible sumar esfuerzos en favor de la sociedad, mediante un diálogo maduro y constructivo.
El reconocimiento Constitucional a la autonomía de la Ciudad de México, para definir su régimen interior, es resultado del esfuerzo de varias generaciones, y refleja la capacidad actual de los actores políticos para concretar acuerdos sobre asuntos fundamentales para el país.
Con la Promulgación de este decreto, culmina un debate que inició, hay que decirlo, con la discusión de la Constitución de 1824, y que ha estado presente durante casi dos siglos.
En este trayecto, se fueron incorporando nuevos estados, hasta llegar a este día, cuando se reconoce a la Ciudad de México como una Entidad Federativa con autonomía.
Así, lo que antes fue México-Tenochtitlan y la Ciudad de los Palacios, hoy es una capital social moderna e incluyente, que recibe, por fin, el reconocimiento que merece.
Y, en efecto, la historia de la Ciudad de México ha sido parte fundamental de la historia de la Nación.
Aquí está el origen de nuestro Escudo Nacional. Aquí se edificó la gloriosa Tenochtitlan. Aquí tuvieron lugar el esplendor Novohispano y los primeros antecedentes de la independencia política de nuestro país.
Aquí se gestó la Reforma y se pintaron las obras más representativas del muralismo mexicano. Aquí se firmó el Tratado de Tlatelolco. Y aquí han nacido algunos de nuestros científicos y artistas más reconocidos.
Además, aquí residen los Poderes de la Unión, la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional; el Centro Histórico y el pueblo de Xochimilco, ambos Patrimonio Cultural de la Humanidad, así como los museos que resguardan lo mejor de nuestro valioso legado nacional.
Pero, sobre todo, la Ciudad de México es y seguirá siendo el hogar de millones de mexicanos.
Es, y seguirá siendo, la capital y el corazón de nuestro país.
La Reforma Política de la Ciudad de México fortalece los derechos de sus ciudadanos y habitantes, quienes ahora estarán en mejores condiciones para participar democráticamente en la solución de los problemas y desafíos de esta gran urbe.
Así, la Ciudad de México se mantiene como sede de los Poderes de la Unión y Capital de los Estados Unidos Mexicanos, pero ahora tendrá también autonomía en todo lo concerniente a su régimen interior y a su organización política y administrativa.
Además, se fortalece su participación en nuestro pacto Federal.
La Legislatura de la Ciudad de México ahora formará parte del Constituyente Permanente, y los poderes de la ciudad podrán ejercer todas las facultades que no estén expresamente conferidas a la Federación en la Constitución, como sucede con los estados, de conformidad con el Artículo 124 de nuestra Constitución.
La transformación de las actuales delegaciones en demarcaciones territoriales, cuyo gobierno estará a cargo de alcaldías, es un paso adelante en el concepto mismo de Federación, así como en el fortalecimiento de nuestra democracia y de la pluralidad política.
Sin embargo, lo más importante de esta reforma política es que ahora los habitantes de esta ciudad capital gozarán de una carta de derechos propia, acorde a sus libertades y aspiraciones.
Por eso, el siguiente paso de la mayor trascendencia es establecer la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, en los términos y plazos que dispone el decreto, donde se señala que el Titular del Ejecutivo Federal designará a seis de los 100 Diputados Constituyentes.
En consecuencia, mi compromiso es seleccionar, para esta responsabilidad, a mujeres y hombres de excelencia, que más allá de su origen partidista, acrediten su conocimiento y compromiso con la Ciudad de México y con el país.
La Asamblea Constituyente será un hito en nuestra historia política reciente y, como tal, merece que sus integrantes desempeñen su elevada encomienda con responsabilidad y eficacia, con una visión de Estado, que esté por encima de los intereses de las fracciones y partidos políticos.
El objetivo es que quienes conformen esta Asamblea Constituyente honren el ejemplo de aquellos que, a lo largo de nuestra historia, los han antecedido en la noble y trascendental responsabilidad de diseñar las normas e instituciones de nuestro pacto social.
Estoy seguro de que la conformación plural de esta Asamblea Constituyente, integrada por estudiosos del derecho, conocedores de la problemática de la ciudad y líderes sociales, entre otros, permitirá la creación de un instrumento jurídico de vanguardia, que brinde certidumbre a las actividades políticas, económicas y sociales de la capital del país.
Hoy es un gran día para el federalismo, para la democracia y para la vida republicana en México.
Hoy es un gran día para los ciudadanos y habitantes de la Ciudad de México.
Hoy nuestra democracia avanza, da un paso más en el largo proceso histórico que ha dado forma a nuestras instituciones y a nuestro régimen jurídico.
Así se escribe la historia: con determinación, con responsabilidad y visión de futuro.
La historia se escribe poniendo por delante las aspiraciones y demandas de la sociedad, concretando las reformas y cambios que requiere cada generación.
El acto que hoy nos convoca es una prueba fehaciente de que cuando los mexicanos nos lo proponemos, no hay meta que no podamos alcanzar para seguir transformando a México.
No cabe duda, que la promulgación de esta Reforma Política del Distrito Federal para convertirse en la Ciudad de México es un primer paso fundamental y de enorme trascendencia en el devenir que tendrá esta ciudad.
Deseo y hago votos, que lo que falta por hacer, el paso que estamos dando, para dar curso a la creación de esta Asamblea Constituyente, permita que en este escenario frío, y debo decirlo por el clima que hoy nos cobija, este escenario frío de promulgación de esta reforma, nos lleve a arribar a un escenario de calidez y derechos para la sociedad de esta Ciudad de México, de la que todos los mexicanos nos sentimos orgullosos sea la capital de México.
Larga lucha por la autodeterminación política en la Ciudad de México: Gil Zuarth
Palabras del Senador Roberto Gil Zuarth, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Senadores.
Las naciones que han asumido la forma federal, han resuelto de distinto modo la cuestión sobre las características políticas de la sede territorial de sus poderes centrales.
En el fondo de esa cuestión, hay un dilema de orden político:
Qué grado de descentralización es deseable y razonable para asegurar el funcionamiento y estabilidad de las instituciones que rigen a toda la Nación.
Las soluciones han sido de distinto tipo. Desde la creación de una demarcación bajo la jurisdicción del poder central, hasta la coexistencia de dos ámbitos de Gobierno; Federal y local, sobre un mismo espacio y para las mismas personas. Ciudades creadas para ser capital de un país y ciudades que han adquirido esa condición por su peso histórico.
El dilema no es de fácil resolución.
La descentralización extrema puede comprometer la viabilidad y la unión de la Federación, mientras que una centralización política excesiva debilita el tejido social, el vínculo entre ciudadanos y autoridades y, en particular, la capacidad de respuesta de éstas frente a los habitantes de la comunidad que sirve de capital.
Llevamos dos siglos intentando abordar y ofrecer salidas a este dilema.
Pasamos de la sesión de un pequeño espacio de territorio para facilitar la acción de la Federación y la protección de sus Poderes frente a las amenazas externas, a una auténtica ciudad con autoridades electas, pero con autogobierno limitado y bajo diversos mecanismos de control político sobre el ejercicio de sus responsabilidades.
Nuestro centralismo político y cultural iniciaba a la vuelta de la otra esquina. Desde la Puerta Mariana, que asoma a la Plaza de la Constitución, hasta el último rincón del territorio nacional.
El tutelaje Federal sobre la Ciudad de México encontró coartada; justificación histórica en la razón de Estado de la estabilidad política. Era el viejo temor a perder el país cuando se perdiera la capital, el temor de los defensores de la soberanía frente al invasor y el temor que pretextó el régimen autoritario frente a la pluralidad.
Y es que por mucho tiempo, se dijo que la Ciudad de México en manos de los adversarios, de los antagonistas a la continuidad del régimen, de las fuerzas que desafiaban la uniformidad del proyecto nacional, podría abrir la puerta a la fractura de la unidad y de la existencia misma del Estado mexicano.
De ahí, la negación al derecho al voto, las potestades limitadas de los poderes representativos locales, el sistema de competencias expresas delegadas, las salvaguardas disciplinarias en manos del Presidente.
De ahí, también, la figura centralizadora del Regente, la Asamblea de Representantes sin atribuciones auténticamente representativas, las demarcaciones formalmente administrativas con débiles capacidades de decisión y de gestión, la discrecionalidad presidencial en la dotación presupuestal, los nombramientos compartidos y las remociones como amenaza de castigo.
Poco a poco, la Ciudad de se ha emancipado de su pasado centralizador. Esta transición, el paso del paternalismo presidencial al actual modelo de libertad relativa, cobró forma como reflejo de la transición democrática mexicana. Tomó cuerpo social en la consciencia colectiva, solidaria, fraterna que emergió de entre de los escombros de aquel inolvidable 19 de septiembre de 1985.
Se ha sembrado en la exigencia cívica por la pluralidad, por la descentralización del poder, por la democratización de nuestra vida pública; en el suelo de Tlatelolco, en los ecos sonoros del Zócalo, en las formaciones humanas del Paseo de la Reforma, en la alegoría liberadora del Ángel de la Independencia.
Causa y sociedad civil, cuerpo político y exigencia; en ese proceso se ha ido gestando la larga lucha por la autodeterminación política en la Ciudad de México que hoy, sin duda, da un nuevo paso.
No podemos negar que los ciudadanos ven con escepticismo esta Reforma, y también su secuela constituyente.
Los ciudadanos no han encontrado aún en las fórmulas que redactamos, en las reglas e instituciones que diseñamos a través del acuerdo y la negociación, los motivos para creer y confiar en que su vida será diferente a partir de este momento.
Desde fuera de esta ciudad, esta Reforma se mira con la anteojera del centralismo depredador, con el recelo del desarrollo subsidiado desde fuera, con la incomprensión de las particularidades de este pedazo de país. Se le juzga desde la continuidad de la excepcionalidad de la capital, en relación con otros componentes de la Federación.
Desde dentro, con incredulidad de que en verdad hemos sembrado instituciones para una mejor convivencia entre los que aquí habitamos.
Se piensa, incluso, que esta Reforma la hicimos los políticos para los políticos, para repartirnos privilegios y espacios de poder, o en el mejor de los casos, que es un cambio insustancial que se reduce al nombre de la ciudad y a un nuevo gentilicio.
No, amigas y amigos. Esta reforma, y lo que vendrá detrás de ella, está inspirada en cerrar la brecha de la excepcionalidad; ahí, donde no se justifica, y delimitarla ahí, donde es necesaria.
No se justifica que la capacidad financiera de la ciudad esté condicionada a la voluntad de terceros. No se justifica que las políticas que expanden derechos o que crean bienes públicos, estén expuestas a la duda o a la confusión competencial. No se justifica las responsabilidades extraviadas en jurisdicciones dudosas, duales y sobrepuestas.
Pero la excepcionalidad sí es necesaria, en la medida en que los habitantes de esta ciudad se hacen cargo del patrimonio histórico común, padecen los trastornos de la centralidad política y económica, coexisten con el atractivo turístico y cultural que esta ciudad inspira.
Sus calles y edificios, el aire y el agua no sólo están al servicio de sus permanentes moradores, sino, también, de las necesidades vitales del migrante, del paseante, del otro.
Sus colores, sus sincretismos, su diversidad, la magia de sus rincones, las tradiciones de los pueblos que se entremezclan en la gran urbe, los ríos y canales que le dieron nombre y ahora sirven de viaductos y calzadas, sus palacios y templos, son las postales que el extranjero se lleva en la memoria y las imágenes que dan sentido a nuestra vida.
Es la casa de Guadalupe, la madre de todos; la Virgen sin Nación que mueve al sacrificio a millones de peregrinos cada año. Es la plaza del reclamo, la bocina del descontento, la marcha de la exigencia, el bloqueo como idioma de la indignación. Es el hogar de millones de familias mexicanas por nacimiento o por destino.
La excepcionalidad de la Ciudad de México es misión histórica y ventaja, sí, pero, también, costos, responsabilidades y deberes. Esta ciudad, como el corazón, tiene una función orgánica y un simbolismo sensorial; un corazón que se agita al latir y que se mantiene encendido por la emoción de la vida.
No es una ciudad cualquiera, es la capital de nuestra compleja Nación mexicana. Esta Reforma es, también, la corrección de un déficit democrático y de derechos.
No hay razón que justifique negar al ciudadano de esta ciudad el derecho a decidir, por sí o a través de sus representantes, los derechos y las obligaciones que tiene frente a su comunidad inmediata; de expresar su consentimiento sobre las decisiones que le afectan y de proteger, también, las conquistas ganadas del caprichoso vaivén de las mayorías.
No hay argumento para excluir al ciudadano de esta ciudad en la configuración de los poderes públicos, que deben gestionar y resolver los problemas colectivos para decidir qué debe hacer cada nivel de autoridad, y cómo se va a distribuir y controlar el poder local.
El ciudadano de la Ciudad de México había estado unido a la cosa pública por un débil vínculo de representación. Su participación política se reducía al momento en el que elige a una autoridad, de la cual sólo depende una parte relativa de las soluciones que exige o que necesita.
Si el ciudadano de la Ciudad de México quería modificar su división territorial, la competencia de sus delegaciones, la forma de integrarlas o sus potestades tributarias, tenía que pedírselo al Congreso de la Unión, al diputado de Baja California y al diputado de Yucatán, no así al mismo diputado que eligió a la Asamblea Legislativa.
Ahora, ese ciudadano podrá incidir en esas decisiones, porque sus representantes, en la potestad constituyente, originaria o revisora, han adquirido capacidades efectivas para determinar la forma en la que se organiza el espectro institucional de esta ciudad.
Éstos, son sólo algunos de los ejemplos de lo que implica este cambio constitucional; una de tantas pruebas de que esta reforma es la llave a la revitalización de los derechos políticos y el camino al auténtico autogobierno del cuerpo social.
Hoy, culmina un consenso constitucional y, al mismo tiempo, inicia un nuevo proceso constituyente.
Inicia la etapa en la que habremos de desdoblar lo que hemos legislado en la constitución general, suplir sus carencias y, por supuesto, colmar sus vacíos. La tarea apenas comienza.
Los ciudadanos de la Ciudad de México decidirán ahora sus derechos, sus obligaciones y el modelo de organización política que los regirá hacia el futuro. No lo harán en solitario. Concurrirán a este proceso, actores emanados de otras fuentes de legitimidad igualmente democrática.
La excepcionalidad de la Ciudad de México, su condición de capital y de sede política del Poder Federal, exige conciliar y ponderar los intereses de los habitantes de esta ciudad con el interés general de la Nación.
Presenciaremos, sin duda, un ejercicio inédito en la historia contemporánea de México. La construcción originaria desde la pluralidad que nos caracteriza, de una comunidad política, el punto de partida de un arreglo institucional, la definición básica de un sistema de derechos.
Una encomienda que pocas generaciones tienen la fortuna de atestiguar, que pocos tienen la fortuna de protagonizar. Pero esa fortuna entraña enormes responsabilidades, el mayor de los sentidos del deber, la generosa y desinteresada contribución al bien común, la leal y honorable apertura disposición a la razón del diferente.
Debemos honrar el consenso constitucional que hoy se sella, con la mejor Constitución que alguna vez se hubiera escrito para una comunidad.
No podemos fallar a los que nos miran con incredulidad o con desconfianza. No podemos fallar a los que ven este momento con profunda esperanza. Porque en el ánimo y en el deseo de alcanzar lo mejor, está el piso de lo que juntos podemos conquistar.
El Distrito Federal cumplió su papel en la historia: Zambrano
Intervención del Diputado Jesús Zambrano Grijalva, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados.
Acudimos hoy, a este encuentro para ser testigos de la Promulgación de una de las más importantes Reformas Constitucionales que, desde el Congreso de la Unión, hemos realizado a nuestra Carta Magna en los últimos años.
Es un acuerdo que enriquece nuestro pacto federal como Nación soberana. Es un acto que declara formalmente el nacimiento de la Ciudad de México como capital del país, sede de los Poderes nacionales y, en plano, de igualdad frente a los 31 estados de la República.
Esta Reforma es la cristalización, por un lado, del esfuerzo de décadas, de centenares de miles de mujeres y hombres de la Ciudad de México por ser reconocidos con plenos derechos, pasando por el referéndum que la propia sociedad civil organizó hace más de 25 años, y por la Reforma Política de 1996.
Y por el otro lado, y no menos importante, es resultado de la voluntad política, la convicción y la determinación de las principales fuerzas políticas del país que hicimos el compromiso, y lo plasmamos en el Pacto por México, en diciembre de 2012, para la Reforma del Distrito Federal.
Y especialmente, las voluntades políticas del Presidente Peña Nieto, que estampó su firma en ese Pacto, y del Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, el doctor Mancera, que se comprometió públicamente desde el inicio de su gestión, en diciembre del 2012, a avanzar para concretar este propósito.
El Distrito Federal ha cumplido su papel en la historia. Su condición de capital del país ha sido esencial en el desarrollo político, económico, social y cultural del país.
Fueron los Constituyentes de 1824, quienes establecieron que el Distrito Federal fuera la capital de la naciente República y, por lo tanto, sede de los Poderes Nacionales.
Se podrían hacer muchas más reseñas históricas sobre el simbolismo y el lugar que tuvo en cada etapa el Distrito Federal. Y existirán, sin duda, innumerables libros y demás testimonios documentales que den cuenta de ello, pero ahora, es tiempo de pasar a una nueva etapa y a construir, a diseñar un mejor horizonte.
Frente a las voces que de antemano han desahuciado el proceso constituyente de la Ciudad de México, debemos decir que la Reforma que sepulta constitucionalmente al Distrito Federal traza ya, de antemano, varios límites a la Asamblea que definirá la primera Constitución de la Ciudad de México.
Pero es necesario reconocer, también, que el hecho abre una oportunidad irrepetible para la imaginación y la construcción política en su sentido más amplio y fértil.
Porque a partir de hoy mismo, la Ciudad de México se prepara para ofrecer un nuevo tipo de camino, conquistado después de 190 años.
Ahí, radica la gran oportunidad para plasmar las visiones de futuro del pensamiento democrático, del progresismo incluyente; donde se plasmarán los principios de justicia, equidad, libertad y tolerancia que los capitalinos quieren y que han distinguido, y que distinguen a la ciudad.
Estoy hablando, por ejemplo, de que la Ciudad de México dé un salto democrático, dejando espacio a los gobiernos de coalición y, especialmente, a gobiernos que reflejen el pluralismo real que aflora en grandes ciudades, como ésta.
Avanzar hacia formas parlamentarias que busquen el acuerdo, los consensos, la expresión política de la diversidad real. Estoy hablando, también, de sembrar el germen de una nueva política económica para el país desde la Ciudad de México. Una política económica inclusiva, atenta al desarrollo y, sobre todo, a la equidad.
El ejercicio del Constituyente está acotado por el acuerdo nacional. Pero, también, puede proponer cambios, reacomodos, facultades nuevas, necesarias para una megalópolis como la nuestra.
Por qué no pensar en contar con nuestra propia banca o instrumento sui géneris de desarrollo para financiar los grandes cambios urbanos del porvenir. Por qué no pensar en un salario mínimo dictado localmente, nunca menor al empobrecido salario mínimo Federal.
Por qué no pensar en realinear las leyes en torno a una estructura que apoye la iniciativa empresarial ajena a la burocracia y a la corrupción. El uso de suelo y el reparto de las plusvalías, así como una estructura fiscal más progresiva y exigente.
La Ciudad de México ya lo es. Pero debe subrayar su carácter progresista por la estructura de redistribución fiscal, y en esa materia, discutir la forma en que se define el uso de suelo, es crucial.
Otro ejemplo.
Por qué no pensar en una poderosa organización contra la corrupción, autónoma, puesta para la más estricta rendición de cuentas en la capital de la República. Y, por supuesto, las atribuciones de las demarcaciones y la distribución de sus competencias; la del gobierno municipal, local y, aún, metropolitano. Los contrapesos al alcalde de cada demarcación y las funciones reales de los nuevos cabildos, en coherencia con los objetivos de desarrollo económico, igualdad, libertad y sustentabilidad.
Si nos damos tiempo y paciencia para verla así, atada a grandes temas como estos, la Constitución de la Ciudad de México puede convertirse en una auténtica metáfora; la carta donde podemos imaginar, por primera vez en el México contemporáneo, un futuro alentador, solidario, un futuro compartido propuesto por los modernos habitantes del Valle del Anáhuac.
Y al mismo tiempo, la discusión misma de la conformación del Constituyente y de la elaboración de la primera Constitución de la Ciudad de México, actualizará un debate que ya lleva años en el ámbito político, así como en la academia, y todavía más aún, en vísperas del Primer Centenario de la Constitución de 1917, el próximo año, que coincidirá con la fecha en que se estará concluyendo la redacción de la Constitución de la Ciudad de México.
Después de numerosas reformas, de múltiples reglamentaciones de detalle, contenidas en nuestra Carta Magna; es necesaria una nueva Constitución, o una reforma profunda, un rediseño de arquitectura constitucional que, preservando principios básicos, derechos irrenunciables, se lleve al cabo, o nos quedamos con la Constitución de 1917, y la seguimos reformando cada que sea necesario.
Pero cualquiera que sea la decisión que asumamos, la Primera Constitución de la Ciudad de México quedará, seguramente, como paradigma, como ejemplo de que sí es posible lograr cambios profundos en nuestra estructura institucional, que impacten la vida económica, social, cultural y política ya no sólo de la Ciudad de México, sino del país, poniendo en el centro a la gente, al ser humano, como origen de nuestras preocupaciones y destinatario de nuestras decisiones que, deseamos, por supuesto, sean las mejores.
Debemos lograr una Constitución moderna y de avanzada: Mancera
Palabras del ciudadano Miguel Ángel Mancera Espinosa, Jefe de Gobierno de la Ciudad de México.
Me alegra mucho que la vida me haya permitido estar aquí, compartiendo con todos ustedes este histórico momento para nuestra Ciudad de México.
Esta ciudad, que ha sido descrita como La Región más Transparente, como la Ciudad de los Palacios; un territorio en el que se construyen y defienden garantías, libertades, derechos y obligaciones.
Es la Ciudad de México, que incluye, que es diversa, solidaria, multicultural. La capital donde confluyen las ideas, donde se desarrollan los debates del cambio, centro de acopio de arte, de ciencia, de coincidencias, de discrepancias. Donde todo se vale en el diálogo y en el uso de la razón, como fuerza transformadora.
Ésta, es una ciudad que recibe a los visitantes para mostrar sus bellezas, pero también que ha dado cobijo a los que buscan un nuevo hogar. Es una ciudad que vive y se alimenta con millones de historias en el día a día; de lo bueno, de lo malo.
Una ciudad que en sus calles guarda historias de batallas, de inundaciones, de terremotos, de fiesta, de protesta, de transformaciones urbanas; una gran riqueza de sabores y colores.
Y finalmente, con lo más valioso: su gente, su componente humano. Es, precisamente, por esa gente, que desde hace mucho tiempo, esta ciudad ha luchado por su transformación política.
Nunca ha perdido el impulso. Eso hay que destacarlo. Siempre se ha encontrado con hombres y con mujeres dispuestos a mejorarla, a llevarla a un nuevo estadío.
Hoy, al paso de los años, después de varios intentos y de muchas discusiones que siempre pararon en la espera de un mejor momento, de un después, de un ya vendrá.
Hoy, la Ciudad de México ha sido objeto ya de una Reforma Constitucional de gran alcance, por más que se quiera denostar, que la proyecta hacia un diálogo directo con todos los estados, con todos los integrantes del Pacto Federal, con el Gobierno de la República, que reconoce sin regateo su carácter de Ciudad Capital con las prerrogativas, pero también con las obligaciones que ello implica.
Una Reforma que la define como la Capital de la República, como una entidad soberana y autónoma que le da garantía de su estabilidad financiera y de la manera de proteger a sus habitantes, a través de la seguridad pública.
Una Reforma que la organiza con esquema más amplio para la participación de la gente en el ejercicio de gobierno. Que le da la oportunidad a nuestra ciudad de tener, por primera vez, una Constitución; un documento que le permitirá su refundación social y política.
Un documento en el que la ciudadanía puede plasmar todos los derechos por los que ha luchado a lo largo de su historia, y que hoy los tiene bien ganados. Que logre la participación de las mayorías, que busca construir espacio de desarrollo y de bienestar, en donde se combata la desigualdad y la marginación, donde se garanticen los derechos humanos, el medio ambiente sano.
Una Constitución que dé garantía a la inversión, al desarrollo, a la prosperidad, a la educación, a la salud, a la no discriminación. Que dé la justa dimensión a la libertad en todos sus sentidos.
Ésta, será la Constitución que tenemos que construir juntos todas y todos quienes queremos a la Ciudad de México.